Una característica del aficionado (a cualquier cosa) es que cree que él sabe cómo se hacen las cosas. Lleva mucho tiempo dedicado muy apasionadamente a su afición y conoce perfectamente todos sus protocolos, herramientas y aplicaciones, de una manera que el ingenuo neófito no puede saber, porque le falta la experiencia, le falta el conocimiento profundo, le falta la pasión. Lo sé porque yo soy un aficionado. Un aficionado a los cómics, y aún más, a los superhéroes. Que es algo diferente de ser un lector, un crítico o un autor, cosas que también creo que soy. Pero eso tiene poco que ver con ser un aficionado.
El problema de ser un aficionado y saber cómo se hacen las cosas es que, una vez que sabes, ya no puedes dejar de saber, y entonces estás obligado eternamente a jugar el juego, a seguir las reglas, y a entrar en un camino de decepción creciente porque el juego, como todos los juegos, a partir de cierto punto da menos réditos cuanto más lo juegas. Pero no puedes dejar de jugarlo.
Pero: ¿hay formas alternativas de jugar el juego? ¿Hay otra manera distinta de usar las cosas? ¿Se puede reutilizar -reaplicar- un objeto cultural cuando ya ha dejado de tener el sentido que tenía? Cuando sólo queda el objeto físico, y el contenido es irrelevante, ¿sigue siendo lo mismo? ¿Sigue ofreciéndonos algún tipo de utilidad estética, algún beneficio personal que justifique nuestro eterno retorno, nuestra reinvención como aficionados?
Éstas son las preguntas que me hacía en la librería de cómics más próxima a mi casa, aquí en Baltimore, el miércoles pasado, mientras miraba en la estantería las portadas de los recién llegado ejemplares del célebre reboot DC. No estaba allí porque quisiera leer esos tebeos. No, no quiero leerlos. Para leerlos no necesitaba salir de casa (y en medio de una brutal tormenta semihuracanada, además), podía descargármelos en archivos digitales en un minuto. Gratis. Pero eso no me interesaba. Lo que yo quería realmente era desplazarme hasta la librería, ver los tebeos en la estantería, buscarlos, cogerlos con mis manitas, gastarme los cuartos, llevármelos a casa, tumbarme en el sofá e irlos pescando poco a poco del montón desparramado sobre el suelo. Olvidarme de todo mientras los leía, como si fuera una tarde cualquiera del verano eterno de nuestras vidas.
Dicho de otro modo: no espero que los «nuevos 52» sean «buenos tebeos». No hay más que mirarlos para darse cuenta de que no lo son (lo digo como veterano aficionado). Sólo espero que sean tebeos.
Y por eso estaba el miércoles pasado en la librería, donde, por cierto, era el más joven de los compradores del reboot (y nací en el 68). El look más habitual de los otros aficionados era el look Kurt Busiek. Eso, lo reconozco, me hizo sentir la última duda, pero al final me los llevé todos, porque esto era todo o nada. No quería elegir, no me interesaba ningún título en concreto, me interesaba el montón de tebeos. Bueno, al final todos no me los llevé. Se me pasó completamente por alto Stormwatch, y en la librería faltaban ya dos títulos: Batgirl (Dios sabe por qué; según el librero, era un hot book porque Batgirl vuelve a ser Barbara Gordon, lo cual sigo sin creer todavía que sea una explicación convincente) y Hawk and Dove (porque los «nuevos 52» proclaman que estamos otra vez en 1995 y el éxito de Rob demuestra que los lectores también lo creen). Luego encontré el Batgirl en la sección de revistas de un Barnes & Noble.
Y así, me volví a casa con diez tebeos en la bolsa (bueno, once, porque también llevaba el Wolverine: Debt of Death, de David Lapham y David Aja, pero eso es harina de otro costal), pensando que tal vez podría encontrar una manera alternativa de leerlos.
Y el caso es que los leí. Tumbado en el sofá, y todo.
Pero hoy no voy a escribir nada sobre lo que me parecieron. Como aficionado. Ni siquiera como crítico.
Antes de escribir nada, quiero volver a la librería. Lo haré mañana, para comprar la segunda remesa (o los que no se les hayan agotado de la segunda remesa). Y luego, cuando ya haya leído todos, porque esto es todo o nada, ya escribiré algo.
Tal vez.
5 comentarios:
esos días yo estaba cuasi-cerca, doy fe, desde la experiencia neoyorquina, del aguacero del miércoles en la costa.
Por otro lado, tendré de autodefinirme: ¿lector, aficionado o qué? en mi (breve)faceta de comiquero, en Midtown Comics ni me acordé del reboot de marras y me fui directo a la sección de cómics clásicos. Tiras de prensa reeditadas con envidiable mimo. Y algo de NG, pero allí sí que la catalogan como un formato puro y duro, ¿verdad? sería analogismo de "gordo o de tapa dura"
Hombre, yo creo que algo ya has dicho, ¿eh?
BRUTAL:
"Y por eso estaba el miércoles pasado en la librería, donde, por cierto, era el más joven de los compradores del reboot (y nací en el 68). El look más habitual de los otros aficionados era el look Kurt Busiek"
"Lo que yo quería realmente era desplazarme hasta la librería, ver los tebeos en la estantería, buscarlos, cogerlos con mis manitas, gastarme los cuartos, llevármelos a casa, tumbarme en el sofá e irlos pescando poco a poco del montón desparramado sobre el suelo. Olvidarme de todo mientras los leía, como si fuera una tarde cualquiera del verano eterno de nuestras vidas."
Ese placer es único, es muy grande, como volver a ser un niño.
Si Freud leyera esta entrada la cantidad de conclusiones que sacaría...Por otro lado, me ha encantado, tanto por lo que dice como por lo que no dice pero, claro, si no se es aficionado -y sobre todo aficionado a los tebeos y, especialmente, a los de superhéroes- no esperes comprensión.
Impacientes Saludos.
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