Si hace poco decía que ahora mismo Gabriel Vargas está considerado el gran historietista mexicano, también debo decir que el papel del gran historietista mexicano vivo lo ocupa Rius. De hecho, Rius y Vargas conforman una especie de cumbre doble del cómic mexicano que se complementa perfectamente. Ellos fueron los dos protagonistas principales de la gran exposición sobre historieta que ocupó el Museo del Estanquillo en 2007-2008 (tuvo tal éxito popular que se alargó durante casi un año) bajo el significativo título De San Garabato al Callejón del Cuajo (catálogo maravilloso encabezado por Carlos Monsiváis, por supuesto). Y ambos representan dos modelos que encajan el uno con el otro. Vargas, la mente rectora de un equipo de dibujantes; Rius, autor individual (ayudado en el color por elementos familiares); Vargas, el cronista del barrio y la vecindad, de la ciudad y el progreso; Rius, el narrador del campo profundo, del rancho y del pueblo, del inmovilismo y la pasividad; Vargas, políticamente ambiguo y reinterpretable; Rius, políticamente posicionado y vocacionalmente parcial. La suya no es una relación de competencia por ser el Jefe del cómic mexicano, sino más bien de complementariedad para perfilar mejor el horizonte de las viñetas de aquí.
Rius (Eduardo del Río, nacido en Zamora, Michoacán, en 1934) se hizo famoso con una serie publicada en formato comic book a partir de 1964: Los Supermachos. Cada episodio incluía una historieta completa a color protagonizada por los habitantes de San Garabato, una aldea perdida en el corazón del México profundo que, por supuesto, servía de escenario microcósmico donde representar todos los dramas, comedias y tragedias del devenir de la nación. La galería de personajes es memorable: Juan Calzonzín, que deviene en el principal, es un indio envuelto eternamente en su manta (la cual no le deja ver las manos, representando gráficamente su pasividad) que sin embargo hace gala de una notable capacidad crítica; Don Perpetuo del Rosal es el eterno cacique del pueblo, gobernante perenne del RIP (el PRI); Doña Eme es la beata; Chon Prieto el borracho; su hermano Gedeon el funcionario; Don Lucas Estornino el boticario que representa a la ilustración en el pueblo; Fiacro Franco el hosco y autoritario cantinero español; Don Plutarco el antiguo terrateniente y amo del pueblo que tras la revolución ha vuelto a retomar sus propiedades como burgués acomodado... Los personajes son estereotipos que deshacen el estereotipo cada vez que actúan con naturalidad, humanidad y sutileza, con diálogos vivos y reales, personales y graciosos.
Rius obtuvo un éxito monumental con su crítica izquierdista a la sociedad política revolucionaria, pero fue un éxito espinoso. Como explica el propio Rius en su introducción al primer volumen recopilatorio de la serie, el editor, Octavio Colmenares, había modificado algunas historietas de Los Supermachos sin el consentimiento ni el conocimiento de Rius en el proceso de llevarlas a imprenta, disculpándose siempre a posteriori con la excusa de que estaba recibiendo presiones de Gobernación por las críticas que vertía el autor. La conclusión del conflicto la dejo en palabras de Rius: «La jugada de Colmenares, obvia, era hacerme a un lado y proseguir editando la revista con otros autores. Para lograrlo exageró la censura y los problemas conmigo, y al mismo tiempo empezó a preparar un equipo de guionistas y dibujantes que se hiciera cargo de la historieta. Yo ignoraba lo que estaba ocurriendo y, teniendo registrados los personajes a mi nombre, pensé que sería fácil llevarme la historieta con otro editor y santo remedio. No contaba con la astucia editorial...»
«Colmenares ya había registrado el título de la historieta, sin decírmelo, a nombre de un empleado de la editorial. Pensó que los personajes no habrían sido registrados por mí y con esa seguridad "se vio obligado a aceptar mi renuncia" a seguir haciéndole la revista semanalmente. Yo, ingenuamente, pensé que el contrato me permitiría trabajar con otro editor menos transa, pero la lectura "legal" del contrato me impedía hacerlo, sin permiso de Colmenares. Confiado en la amistad que llevábamos desde los viejos tiempos del "Ja-Já", nunca supuse que iba a firmar un contrato leonino presentado por él».
«Total y fuerza, para no hacerla cansada: elaboré 100 números avisándole a Colmenares que dejaría de hacer la historieta por cansancio (y deveras que estaba cansado), encontrándome con la nada agradable sorpresa de que ya había impresos tres números hechos por otro "amigo" caricaturista, Ochoa, basados en los guiones de otros "amigo" llamado Natividad Rosales. Denuncié a la opinión pública la transa de que estaba siendo víctima y traté de meter una demanda en la Procu, encontrándome con la novedad de que había consigna presidencial de no darme la razón. Un licenciado amigo que ahí trabajaba, me lo hizo saber y me aconsejó que me dejara de demandas y -como buen supermacho- aguantara la vara, resignándome a seguirle trabajando a Colmenares. No lo hice y opté por cederle el uso de mis personajes, y emprender otra historieta con otro editor. (Masoquista que es uno...)».
Menos mal que estas cosas ya no pasan hoy en día con los editores actuales y los contratos de hoy en día, ¿verdad? En fin, el caso es que, despojado de su creación -que continuó publicándose de forma apócrifa durante años-, Rius asumió esa posición «supermacho» (una expresión irónica que viene a convertir el defecto de la pasividad en la virtud de la resistencia callada a todas las tropelías a las que son sometidos los mexicanos por sus dirigentes; hay que aguantarse, no como machos, sino como supermachos) y creó una nueva cabecera, Los agachados, en Editorial Posada.
Los agachados -que duraría hasta 1981- mantiene el mismo formato que Los Supermachos -comic book semanal a color- pero en todo lo demás es completamente distinta. Aquí no hay personajes recurrentes, y ni siquiera hay ficción. Cada número de Los agachados se dedica a un tema distinto de actualidad, y se trata con un tono expositivo y pedagógico -condimentado con humor, claro- y con una diversidad de técnicas gráficas que incluyen la apropiación de fuentes ajenas. Rius, que es, entre otras cosas, un erudito de lo artístico y de lo literario y que posee un enorme archivo documental, echa mano de todo lo que le viene bien para reproducirlo, modificarlo y mezclarlo con sus propios textos y dibujos en un discurso ensayístico que creo que todavía no ha sido asimilado por la vanguardia comiquera actual, aún demasiado lastrada por la servidumbre a la ficción, la representación y el «entretenimiento». Rius se esfuerza porque Los agachados sea entretenido, sí, pero sobre todo se esfuerza porque sea didáctico. Esta palabra, que es poco menos que anatema en España, adquiere otra dimensión en países como México, donde la educación y la pedagogía siguen considerándose un problema fundamental y que hay que tratar con respeto. En un país donde todavía hay carteles de campañas de alfabetización en el metro, donde se financia con dinero público la UNAM, que es la mayor universidad en español del mundo y una de las mejores en cualquier idioma, y donde un taxista puede perorar sobre la necesidad de concienciarse de que la educación es el único camino para el progreso, no sólo individual, sino colectivo, Rius se convirtió en una especie de maestro de las masas. También ideológico, por supuesto. El subcomandante Marcos es uno de los que afirmaría que a él le había politizado Rius.
(Una página de Los agachados nº 280, 3 de noviembre de 1976; título:
«¿Dejaría a su hijita (gulp) casarse con un indio...? La discriminación racial en México»)
Rius ocupa hoy en día una posición singular en el mundo cultural mexicano. Con más de cien libros publicados (algunos de los más célebres: Marx para principiantes, Manual del perfecto ateo, Filosofía para principantes, además de títulos sobre salud, alimentación, sexo, etc.), Rius es el Historieta Más Importante del País y al mismo tiempo es como si no fuera un historietista, como si no perteneciera a la modesta profesión de monero, sino que parece que constituyera un género propio y aparte, como si fuera un monstruo sin parentesco ni filiación con ningún otro autor gráfico o literario. En efecto, Rius ocupa su propia sección en las librerías, llenando estanterías y estanterías con sus volúmenes. Y no es que Rius haya renegado nunca del cómic. Por el contrario, es un amante del medio y un estudioso del mismo, e incluso tiene algunos volúmenes dedicados a las viñetas, como Un siglo de caricatura en México o La vida de cuadritos, que aspira a ser una historia universal del cómic:
Desde la perspectiva propia y parcial de Rius, sí, y hasta con algunos errores de bulto en la documentación. Pero interesante por cuanto revela la forma de ver la historieta de uno de los mejores autores que la han practicado. Y a los autores siempre hay que escucharles, aunque no pensemos como ellos.
El último libro de Rius (o penúltimo, ya que creo que Casa de citas es posterior, pero en este caso se trata de una simple recopilación de citas que aparecen publicadas en la revista El Chamuco, una especie de El Jueves a la mexicana que el propio Rius ayudó a fundar) hasta el momento es 2010. Ni independencia ni revolución (Planeta). Por si alguien no se ha enterado (yo sí, desde luego), este año ha sido el Gran Año de las Fiestas Patrias aquí en México. Doscientos años del inicio de la guerra de la independencia de 1810 se celebraron el 15 de septiembre, y cien del inicio de la revolución el 20 de noviembre (una fecha que, como se puede ver, da lugar a celebraciones a ambos lados del charco), y eso ha convertido este año en una celebración perpetua de la cosa nacional. Tan presentes han estado estos hitos que yo he acabado aprendiendo historia mexicana por pura ósmosis, sólo de pasear por la mera calle y absorber carteles, esculturas, canciones, fiestas, portadas de libros, exposiciones y demás. Rius, desde luego, se lo toma de otra manera, y ya descreído de todo -de la revolución más que de nada, por supuesto- le da la vuelta a los mitos nacionales con un torrente de texto e imágenes que va de lo instructivo a lo provocativo. Siempre es él, siempre es brillante, y yo se lo agradezco:
2010. Ni independencia ni revolución es, para mí, lo que podría ser una novela gráfica moderna que quisiera salirse del corsé de la ficción. Un paso más allá de Joe Sacco, casi. Un libro sin límites, sin cortapisas, amplio y profundo, inteligente, polémico, bien escrito y narrado, y valiente en lo gráfico. Una obra de autor. Claro que Rius ya llevaba haciendo «novela gráfica» desde los 70, podríamos decir, igual que podríamos decir que estaba haciendo cómic de autor completamente libre unos años antes de la explosión del comix underground norteamericano y que estaba haciendo sátira política y social para el público general años antes que Claire Bretécher o Gérard Lauzier, dos nombres que menciono porque en el panorama francés tal vez sean los primeros que relaciona uno con Rius, no sólo por la temática, sino también por la estética. No estoy diciendo con eso que Rius hiciera novela gráfica, comix underground o bd adulta antes que quienes hicieron todas estas cosas por primera vez, lo cual sería una majadería, sino que en su obra se dan características de todo lo que posteriormente ha ido abriendo el camino del cómic adulto contemporáneo, y que se dan antes de recibir influencias de los grandes centros hegemónicos norteamericano y francés. Rius es un original capaz de visualizar un tipo de cómic que no se hacía en México -ni en otras partes del mundo- y de llevarlo a la práctica.
Hasta ahora, algo que he repetido al hablar de otros cómics mexicanos históricos es que su influencia no traspasa las fronteras del país. Rius, sin embargo, tuvo una enorme influencia sobre todo el cómic latinoamericano durante los años 70, e inspiró numerosos imitadores. De hecho, esa influencia llegó hasta España, y creo que no es difícil reconocer el modelo de Los agachados en Alfons López y Butifarra, de la misma manera que Los Supermachos proporciona el patrón que seguiría Trallero en El Jueves con su serie Las tierras del señorito (gracias por las dos páginas de muestra, camarada):
Hoy en día es posible descubrir Los Supermachos de Rius (o sea, los buenos), gracias a tres volúmenes recopilatorios (antológicos, no integrales) publicados por Grijalbo bajo el título Mis Supermachos. Les falta el color original, pero hay que decir que el trazo simple y fresco de Rius aguanta perfectamente el blanco y negro. Lo diré de forma inequívoca: Los Supermachos es una de las mejores historietas que he leído en mi vida. La facilidad con la que (aparentemente) está escrita y dibujada, la habilidad con la que está dialogada, el soberano dominio de la narración que tiene el autor y la riqueza de sus personajes y sus situaciones hace que la lea con verdadera entusiasmo. Pienso en que Rius se escribía y dibujaba un episodio entero (de más de 20 páginas) cada semana y no me lo creo; pienso en que estaba haciendo este tipo de cómic hace más de cuarenta años y me pregunto en qué hemos estado perdiendo el tiempo desde entonces.
Un par de cosas más:
Los Supermachos llegaron a tener su propia película, dirigida y protagonizada en 1973 por Alfonso Arau (Como agua para chocolate). En Youtube hay videoclips, para los más intrépidos.
En este enlace se pueden consultar los dos primeros números de Los Supermachos online.
Para completar el homenaje que el cuerpo me pide darle a este Gran Maestro, el próximo par de días subiré algunas páginas de un par de números de Los agachados dedicados a temas que nos tocan muy de cerca a los españoles. Yo lo voy advirtiendo.
3 comentarios:
Qué maravilla, los Supermachos que enlazas con el color restaurado. En blanco y negro aguantan muy bien, pero en color...
Sea como sea, una lectura de lo más inspiradora. Nuestro humor, hoy, va desde el retrato de usos sociales, una especie de costumbrismo "gama alta" para públicos muy determinados, hasta un humor político muy solemne, que de repente tiene vergüenza de hacer reir. Es un resumen a lo bruto, pero para entendernos, you know.
Lo de Rius , de repente, es tan natural y orgánico, tan útil incluso, que da una envidia que te mueres. Esa voluntad de ser realmente popular se pierde,¿eh? Conectar con el mundo donde pisamos de la manera más amplia posible, ¡y un cuadernillo a la semana!
Y no me refiero a las ventas, ojo, hablo de comunicación, en su sentido más amplio. Los Supermachos (y la Familia Burrón, por supuesto, y hasta los Supersabios...) eran de otra época, eso es verdad, y de otra situación. Pero vaya, cualquiera diría que hoy en día está la cosa tan estupenda. En la época que vivimos, debería poder hacerse algo así. Ahí está el reto, ahí está el reto...
(Por cierto, que me leí los cuadernillos de los Supersabios que pude pillarme por los mercadillos, y lo dicho: aventuras y evasión, pero en un marco social muy concreto que, incluso, articula la historia... por lo menos en arco argumental -"¡Panza, profesor de patinaje!"- que tengo yo. Un descubrimiento, en cualquier caso).
Es como dices: resulta muy orgánico, muy natural. La cuestión es que no es parodia ni "chiste", que es lo que estamos acostumbrados a ver aquí. Es un relato con situaciones de humor. No se me ocurren comparaciones con obras españolas, ni de la misma época ni de ahora, porque aquí el humor siempre ha sido de una página como mucho (véase el ejemplo que me diste de "Las tierras del señorito"), y no me viene a la cabeza una serie de humor española que estuviera hecha con capítulos de 24 páginas cada semana. Es algo parecido a lo que pasa al comparar "La familia Burrón" con "La familia Ulises" y semejantes. Y por mucho que hoy en día haya una corriente de pensamiento que parece defender que "para qué más páginas", lo cierto es que la extensión también cambia la obra y las posibilidades que tiene el autor, como entiende cualquiera que tenga dos dedos de frente.
Qué tremendo post, Santiago! Un orgullo ser compatriota del gran Rius y ver cómo trasciende fronteras! Coincido con Manel sobre los Supersabios también: Germán Butze es para nosotros el padre de la historieta de ficción en México.
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