
Por motivos profesionales, recientemente he tenido que releerme
Secret Wars, la que fue la segunda serie limitada de la historia de Marvel, allá por 1984-85. Los ochenta superheroicos han quedado tan marcados por los tebeos que Frank Miller y Alan Moore publicaron a partir de 1986 que parece que todo lo anterior ha quedado sepultado en el pozo de la ignominia, y tanto más esta aparatosa maxiserie de 12 números que Marvel publicó como parte de una campaña promocional de una marca de juguetes y que escribió el propio director editorial de la casa, Jim Shooter, a su vez uno de los profesionales de la industria americana más vilipendiado de las últimas décadas.
En resumen, sobre Secret Wars pesa desde hace casi 25 años un estigma, en sus viñetas luce el baldón de la vergüenza, y su posición como una de las producciones significativas de los 80 ha sido reducida a polvo por los martillos pilones de Watchmen, Dark Knight, Born Again y demás renovadores del género.
Pero, como decía, han pasado 25 años, y ahora, más que nunca, es el momento de leer de verdad Secret Wars. Primero, porque la distancia con la problemática figura de Jim Shooter debería ser suficiente como para no juzgar su trabajo por motivos ajenos a los puramente creativos. Secret Wars, como Shooter, ya es historia. Segundo, porque al releer ahora Secret Wars he descubierto que no es una serie de hace 25 años. Es una serie de ahora, o tal vez incluso del futuro. Es, probablemente, el tebeo de superhéroes más visionario y futurista que se ha hecho desde Giant-Size X-Men nº 1 en 1975. Lógico que haya sido incomprendido. Pero claro, sólo ahora podíamos darnos cuenta.
Lo primero que llama la atención es cómo Secret Wars se anticipa al éxito de la telerrealidad. Muchos años antes del triunfo de Big Brother y de todo lo que ha venido después, Secret Wars plantea lo que es, en efecto, un reality show con superhéroes. Los personajes se reúnen para participar en un concurso, y, conscientes de que todo lo que hacen lo hacen para un espectador (el lector) se comportan como estrellas, como figuras autoconscientes que continuamente actúan y hablan para la cámara oculta. Todo el tiempo dicen «Yo, Creel, el Hombre Absorbente, voy a comerme un melocotón...», o bien, «Tú, Capitana Marvel, podrías ayudarme a arreglar la cisterna del váter» (los ejemplos son inventados). De hecho, incluso establecen formalmente y de manera expresa y dialogada sus respectivos niveles de fuerza, algo fundamental para que el juego sea comprensible por parte del público. ¿Cómo si no se puede entender que cuando Magneto tiene que reafirmarse ante el ataque de sus dudosos compañeros, los superhéroes, no les diga que es más poderoso que todos ellos, que sería lo conforme no sólo a la tradición supervillanesca, sino también a la lógica de la situación, sino que ninguno de ellos está a la altura de su poder, «salvo tal vez Thor»? ¿Cómo se le ocurre a Magneto hacer semejante salvedad en un momento tan dramático? Tal vez porque las reglas del juego imposibilitan mentir a los personajes: están obligados a respetar sus papeles para poder continuar en el concurso.
Por supuesto, la realidad de la telerrealidad de Secret Wars es que no es realidad, es todo ficción. Los personajes no existen, sólo se comportan como si de verdad existieran, pero son todos inventados. Con lo cual, en realidad, Secret Wars no se está adelantando tanto a la telerrealidad como al paso posterior a la telerrealidad, es decir, a la telerrealidad de ficción. O dicho en otras palabras: Secret Wars, en 1984, está inventando Perdidos.
Es imposible releer ahora Secret Wars y no pensar continuamente en Perdidos. Dos grupos de personajes arrastrados a un mundo ignoto e inaccesible salvo por medios especiales, un mundo inventado para la ocasión, donde suceden fenómenos extraños y las reglas de la naturaleza son impredecibles. Ambos grupos, reunidos por un poder superior cuyos designios son indescifrables, se ven obligados a enfrentarse en un drama moral maniqueo cuya recompensa será alcanzar aquello que desean sus corazones. El polo del bien está representado por el Capitán América, y recuerdo que mientras veía Perdidos siempre pensaba que Jack era, exactamente, la representación del espíritu del Capitán América en la serie. El polo del mal está personificado en el Doctor Muerte que, como John Locke, es un ser humano deformado por un accidente que, finalmente, es poseído por una fuerza metafísica superior a él mismo. Entre los grupos se mueven personajes dudosos, como Magneto, que es el Sawyer de Secret Wars, y también aquí, como en Perdidos, finalmente un personaje se queda voluntariamente en el mundo, a modo de guardián de la isla. El personaje que es, precisamente, el más humano de todos los personajes y el más parecido a Hugo Reyes: la Cosa. Y nunca más humano que en esta ocasión, pues en la última imagen en la que lo vemos está convertido en Ben Grimm.
Podría abundar en las comparaciones entre Secret Wars y Perdidos, porque es fácil hacerlo. Hay pueblos atrapados entre las diversas facciones en guerra, hay curaciones milagrosas, hay culebrones sentimentales, enamoramientos y desenamoramientos, y sobre todo hay una manera de tratar la acción que se parece mucho a lo que hemos visto recientemente en la serie de televisión. Los personajes se mueven en grupo, vagan por el bosque, de pronto aparece alguien entre la maleza, tienen una conversación, se mueven en masa a otro sitio o se dividen para cubrir dos puntos, discuten sobre el liderazgo, sueñan continuamente con volver a casa... Hay una alternancia continua entre el movimiento de masas y el primer plano introspectivo, como solía ocurrir en Perdidos.
Pero tampoco quiero incidir en demasía en este aspecto, para no desviar demasiado el tema. Puede que Secret Wars haya sido una inspiración (¿inconfesada?) para Perdidos. A estas alturas todos sabemos que muchos guionistas de cómics han participado en la serie de televisión, y que incluso los que no son guionistas de cómics han crecido leyendo tebeos. Casi me atrevería a apostar que la mayoría de los guionistas que escribieron Perdidos han leído Secret Wars en algún momento de su vida. Pero eso no importa, puede que sea todo una casualidad, no se trata de demostrar nada. En todo caso, lo único que se demuestra es que, como decía, Secret Wars iba 25 años por delante de su tiempo.
Eso es algo que se podía esperar de Jim Shooter, quien es, claramente, uno de los guionistas más brillantes que ha tenido el comic book de superhéroes en los 40 últimos años. Un tío que debuta con 13 años tiene que tener talento. Y quien lo dude, que se revise la muerte de Ferro Lad, una historia de la Legión de Super Héroes que DC ha reeditado hace poquito en un hermoso tomo de su colección Classics. Ese niño ya iba muy por delante de sus mayores en los años sesenta. Ya estaba escribiendo la nueva Patrulla-X en 1965, cuando todavía se publicaba la original.
Shooter conjuga una extraordinaria habilidad para absorber la esencia de la tradición en la que trabaja con una gran capacidad para descubrir las innovaciones pertinentes para el momento. O sea, hace que reconozcamos lo que escribe, y entonces le da un giro nuevo. En Secret Wars, por ejemplo, entiende perfectamente la esencia seudoshakespeariana de los personajes Marvel, tanto en la grandeza innata de la que les dotó Jack Kirby, como en la expresión rimbombante que les dio Stan Lee con sus diálogos grandilocuentes. Su Doctor Muerte, que hace de trágico Hamlet con el inestimable apoyo de Yorick-Klaw, es un magnífico recitador de textos sembrados de palabras como «iota» o «infinitesimal». El escenario es desnudo -completamente alejado de lo humano, un paisaje puramente superheroico de maquinarias y montes genéricos, aptos para la destrucción indiscriminada- y los personajes son de una pieza, enmascarados indesenmascarables, como Santo y Blue Demon -es significativo, por ejemplo, que Iron Man no aparezca ni una sola vez sin el casco, y que a Spiderman sólo le veamos mostrar el rostro de Peter Parker en una viñeta, y eso porque el guión exige una demostración de cómo funciona su nuevo traje alienígena-, pero por debajo de esa fachada tersa hierven los fuegos sagrados del género. Toda la historia gira en torno al deseo y el poder. El poder, que es el gran tema adolescente de los superhéroes, ya que la adolescencia es la época en la que deseamos desesperadamente, porque carecemos de poder para cumplir esos deseos. Shooter entiende esto, y así desarrolla la que quizás sea la formulación definitiva y menos cursi del lema esencial de Marvel. Ya sabéis: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. El no lo dice ni una sola vez a lo largo de toda la historia, pero lo explica de forma muy convincente. La mayoría de los que han venido después lo repiten constantemente sin saber lo que significa.
En cuanto a la construcción dramática, es brillante la pausa y el ritmo con que se prepara la escena de la destrucción de los superhéroes, al final del penúltimo capítulo. Es aún más brillante la manera en que Klaw utiliza el poder de las imágenes -de la imaginación- para vencer a Muerte: una maravillosa metáfora de la forma en que las obras de ficción influyen en la realidad. Pero, sin duda, la gran aportación de Secret Wars es su realismo descarnado. Esto son los superhéroes, así se reconocen y se comportan, sin ninguna duda. El realismo no es Watchmen, que es mero ilusionismo. Secret Wars acepta a los superhéroes como son realmente -como entidades de ficción, planas y coloridas, que existen en viñetas- y lleva esa realidad a su última consecuencia. Y así vuelvo a lo que decía al principio: a la telerrealidad de ficción.
Quizás la vulgaridad del dibujo sea lo que más desluzca Secret Wars. Mike Zeck (y no digamos ya el torpe Bob Layton, que le sustituye en un par de episodios) hace un trabajo que parece como de un John Buscema de saldo, y ya sabemos que Buscema nunca creyó en los superhéroes y que, salvo excepciones, solía hacer tebeos muy desangelados con ellos. A Zeck le pasa un poco lo mismo. Dibujante de talento, no acaba de creerse lo que cuenta. Su territorio natural está más apegado a la tierra, la calle y los personajes de carne y hueso que a Galactus y los horizontes fantásticos. ¿Cómo habría sido Secret Wars dibujado por Geoff Darrow? Sí, es una temeridad. Pero, por no irnos tan lejos, ¿cómo habría sido dibujado por el propio Jack Kirby? Bueno, quizás no haya que imaginar tanto: en esa misma época, Kirby estaba dibujando Super Powers para DC, otra serie inventada para vender juguetes. Finalmente, lo que tenemos es lo que hay: un anuncio de juguetes obscenamente descomunal que dice todo lo que había que decir de los superhéroes en 1984, y que explica detalladamente lo que habría que seguir diciendo en 2010.