martes, 29 de marzo de 2011

UN TEBEO INFANTIL


Es muy difícil leer El pequeño Christian (Norma, 2011), de Blutch, sin sentirse perturbado. Sin sentir cómo emociones y sensaciones que uno no controla le invaden sorprendentemente al revisar las páginas que cuentan (con humor) la infancia de un crío alsaciano de los años 70. Donde debería haber lejanía, hay más que cercanía: casi identidad, casi intimidad. El secreto de Blutch: con El pequeño Christian no intenta recordar la infancia, intenta revivirla. No se trata tanto de recuperar anécdotas de un tiempo pasado, se trata de salvar esa distancia del tiempo y volver a vivirlo en el presente, con la misma intensidad que se vivió en su día. Y con qué dolorosa intensidad se vivía la infancia, ¿verdad? Cierto, desde fuera del libro es fácil reírse de lo que pasa en las viñetas, pero en una segunda instancia es inevitable sentirse también atrapado por ellas y sentir entonces esa acometida de emociones y sensaciones reales de las que hablaba antes.

Para conseguir esto, Blutch ha dispuesto el cómic como una máquina del tiempo, y ha elegido revelarnos la infancia como un territorio colonizado por los productos de consumo, o, para quien quiera sentirse más resistente, moderno y sagaz, por los productos pop. Por eso, la experiencia de vivir ahora la infancia a través de El pequeño Christian es capaz de recuperar tantos sentimientos de la infancia real (o que creemos real), porque aquella, como nos revela Blutch, también fue una infancia de lecturas y anhelos de consumo, de objetos codiciados, adorados y finalmente víctima de nuestros abusos y olvido. Objetos mercantiles que dictaban los límites tolerables de nuestra infancia y que abrían el gran abismo negro de lo innombrable por el que se deslizaban tantas pulsiones inexplicadas. En la página 14 se nos muestra la represión a través de un tebeo de Mickey intervenido por sus pequeños lectores. En un acto de vanguardismo pueril, los niños muestran así que la única ruptura aceptable es la infantil: el niño es presa de los artefactos comerciales y al mismo tiempo está libre de ellos, porque para él son reales, no simulados, son naturales, no fabricados. Ese sentimiento de asunción inconsciente del filtro comercial se elabora posteriormente en la visión del amor adolescente sublimado hasta el ridículo, en un planteamiento que recuerda un poco al tratamiento del amor platónico en Bakuman, esa serie de la que cualquier día de estos acabaré por escribir unas líneas.

Total, que la realidad del niño es la pura hiperrealidad, ya. Y ésta es la pérdida de la inocencia que sufrimos ahora, leyendo de mayores El pequeño Christian. Risas amargas, pero risas. Me las quedo.

5 comentarios:

Álvaro Pons dijo...

Mira que Blutch es pasión personal, pero de toda su obra, ésta sigue siendo mi preferida de largo... :)

Santiago García dijo...

Es que Blutch es para darle de comer aparte. Porque aparte de lo bueno que es, hay que ver lo diversa que es su obra, desde el humor a lo misterioso. Además, a mí me gusta muchísimo cómo dibuja. Creo que es mi francés favorito de ahora mismo, quizás junto a Guibert.

Álvaro Pons dijo...

Mmmmm, pues no lo he pensado, pero como dibujante, puede que sí que sea mi preferido, junto a Blain...
:)

Santiago García dijo...

Como dibujantes, sí, ahora mismo no se me ocurren otros por encima de Blutch y Blain.

Pero también te digo que de Blain me estoy quitando, ja ja...

Álvaro Pons dijo...

Traidor!!!!!!! :))
(pero espérate al Quai d'Orsay que es fantabuloso...)