viernes, 6 de julio de 2018

SPIDERMAN: ¡EL CAPÍTULO FINAL!



Spiderman: ¡El capítulo final!
Stan Lee y Steve Ditko,
1965-66

“Spiderman y yo”.

Éste es uno de los títulos posibles que contemplo para mis memorias, que escribiré algún día lejano cuando me retire a un balneario en las montañas.

Es muy normal identificarse con un personaje de ficción, pero lo mío con Spiderman es ridículo.

De pequeño, cada cierto tiempo probaba a trepar por las paredes, por si acaso me había picado una araña radiactiva y no me había dado cuenta. De mayor, me encontré traduciendo sus aventuras para las ediciones españolas. Tenía poco más de veinte años y estaba escribiendo las palabras que salían de la boca de Peter Parker. Veinticinco años después, sigo haciéndolo. Miles de páginas han pasado por mis manos, y me sigue pareciendo asombroso. Si me hubieran dicho de niño que de adulto me ganaría la vida poniendo en español los diálogos del lanzarredes, de la alegría me habría subido literalmente por las paredes.

Mi primer cómic publicado, El vecino, que hice junto a Pepo Pérez en 2004, se titula así en homenaje al amistoso vecino arácnido. Realmente, no puedo imaginar mi vida sin la presencia de Spiderman. Es mi santo patrón.

Por supuesto, no me puedo atribuir la exclusividad. Está claro que no he sido el único niño del mundo encaprichado con el misterioso Hombre Araña. ¿Qué tiene exactamente Spiderman para ser tan popular en todo el mundo durante tanto tiempo? A toro pasado es fácil buscar explicaciones para el éxito, y todo parece obvio, pero cuando pienso en los orígenes del personaje, me sigue pareciendo sorprendente. Los cimientos del Universo Marvel los puso Jack Kirby con Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores y los X-Men, pero, paradójicamente, el mayor éxito de la editorial comandada por Stan Lee sería un personaje con el que Kirby no tuvo nada que ver. ¿Quién podría imaginar eso? Aún más, el dibujante que cocreó a Spiderman jamás tendría otro éxito comparable en toda su carrera, ni dentro ni fuera de Marvel. Su otra gran serie, Doctor Extraño, siempre sería secundaria, y a lo largo de su extensa trayectoria nunca ha dejado de ser un autor de culto. Eso, sin embargo, no me sorprende. Ditko tiene un estilo antipático, de personajes repelentes y gestualidad extravagante, un estilo que sé de primera mano que no sólo no atrae al nuevo lector, sino que incluso puede parecer repulsivo. Hay que acostumbrarse a él.

Y con todo y con eso, ahí está: ¡Spiderman!



Stan Lee (1922) y Steve Ditko (1927) crearon a Spiderman para Amazing Fantasy nº 15 (1962). Marvel estaba en plena transición desde las cabeceras genéricas de monstruos a los superhéroes, y algunos de estos debutaron en los títulos existentes. Fue el caso del trepamuros, cuya historia de origen es una de las más conocidas y canónicas de la historia del género. Peter Parker es un adolescente marginado socialmente por sus compañeros que un día, al visitar una exposición científica, recibe la picadura de una araña irradiada con radiactividad. Como consecuencia, Peter recibe poderes extraordinarios: agilidad y velocidad superiores, la “fuerza proporcional de una araña” (signifique lo que signifique eso), la capacidad de adherirse a las superficies, que le permite trepar por paredes y techos, y de remate un peculiar sentido arácnido que le advierte del peligro. Pero esto es sólo la mitad del origen, esto es sólo lo que convierte al endeble Peter Parker en un superhombre. ¿Qué es lo que le convierte en un superhéroe? En principio, Peter, que viene de una familia humilde, utiliza sus poderes para ganar dinero fácil en el mundo del espectáculo sin preocuparse por el prójimo. Una noche deja escapar a un ladrón a quien podría haber detenido con facilidad porque “no es asunto suyo”. Cuando vuelve a casa, descubre que se ha producido la tragedia. Mientras él estaba fuera, han entrado a robar y han matado a su tío Ben, el hombre que le había criado como si fuera su hijo. Un furioso Peter se enfunda el traje de Spiderman que utiliza para sus espectáculos y se enfrenta al asesino de su tío. Es entonces cuando descubre que es el mismo ladrón a quien dejó escapar. A partir de ese momento, Peter jura no volver a rechazar sus responsabilidades y utilizar sus poderes en beneficio del prójimo, porque “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Quizás no haya mejor testimonio de cómo el mensaje de Spiderman ha calado en la sociedad que el hecho de que en 2015 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos citara la frase en una sentencia, atribuyéndosela expresamente al trepamuros.

Spiderman no tardó en convertirse en la imagen de Marvel. El extraordinario diseño del personaje, con uno de los trajes más originales que se han visto jamás, el hecho de que el protagonista fuera un adolescente, cuando hasta el momento todos los héroes eran adultos, incluso en Marvel, y los jóvenes sólo podían aspirar a ser compañeros o ayudantes, como en el caso de Johnny Storm, la Antorcha Humana de los Cuatro Fantásticos, y la desbordante creatividad de Ditko para imaginar supervillanos sin duda tuvieron mucho que ver en su arrollador éxito. El Doctor Octopus, el Buitre, el Duende Verde, el Lagarto, el Hombre de Arena, Electro, Mysterio, Kraven el Cazador o el Escorpión conforman una galería de villanos tan inagotable que ha seguido sirviendo de materia prima a las grandes superproducciones de Hollywood cincuenta años después.

Pero, por supuesto, no eran sólo las vistosas hazañas del justiciero enmascarado lo que atraía a los lectores mes tras mes, sino también –y casi diríamos que en algunos casos con más fuerza aún—la vida cotidiana de su altergo, Peter Parker. Peter era un adolescente sin blanca que intentaba compatibilizar sus estudios con sus obligaciones arácnidas, y entre medias aspiraba a ganar algún dinero vendiendo fotos de sí mismo en acción a J. Jonah Jameson, director del Daily Bugle, periodista mediático que odiaba a Spiderman y utilizaba el material que le suministraba Peter para montar campañas de descrédito contra su otra personalidad. Al mismo tiempo, tenía que ocultar su doble vida a su anciana tía May, con la que convivía, y cuya frágil salud la ponía continuamente en peligro de muerte y agravaba sus riesgos financieros. ¡Encima de todo esto, intenta tener amigos y una vida sentimental! Cuando Peter está saliendo con Betty Brant, la secretaria de Jameson, se ve involucrado en los turbios tratos de Bennett, el hermano de Betty, con la mafia. El asunto se resuelve en un enfrentamiento entre Spiderman y los hampones (con el Doctor Octopus de por medio) en el que Bennett pierde la vida, lo que provoca que a partir de ese momento Betty sienta una aversión incontenible hacia el lanzarredes. Éste era el tipo de dilema moral y sentimental que constituía el día a día de la existencia del jovencito Peter Parker, la encarnación del hombre atribulado de nuestros días. Así nació el concepto de “la suerte de Parker”.

Esta combinación ganadora de acción más culebrón funcionaba porque Steve Ditko era, junto a Kirby, el mejor historietista de Marvel, y en esos primeros años de Spiderman se encontraba en plena forma. Lee supo dar perfectamente con la clave necesaria para escribir los diálogos de la serie en un tono urbano, desenfadado y moderno que la conectaba directamente con la actualidad de su momento. Probablemente se ha hablado mucho de cómo el peso narrativo de las mejores series de Marvel lo llevaban Kirby y Ditko en lugar de Lee y se ha hablado muy poco de cómo Lee tenía el oído y la capacidad de escribir con el tono justo los diálogos de personajes tan distintos como Galactus y Flash Thompson, el bravucón del colegio que hacía la vida imposible a Peter. Eran esos diálogos los que ponían la carne sobre los huesos de los dibujos.


La etapa de Lee y Ditko en The Amazing Spider-Man va en continuo crescendo hasta alcanzar la cumbre en tres episodios que componen una sola y monumental historia cuyo tono épico excede con mucho el habitual de la serie. Se trata de los números 31 (diciembre de 1965, “¡Si éste fuera mi destino...!”), 32 (enero de 1966, “¡Un hombre furioso!”) y 33 (febrero de 1966, “¡El capítulo final!”). La historia empieza con un rito de madurez para el protagonista: Peter Parker por fin deja atrás el instituto e ingresa en la Universidad Empire State. Significativamente, Johnny Storm seguiría sus pasos apenas unos meses después en Los Cuatro Fantásticos, justo al final de la Trilogía de Galactus. En parte, era un reconocimiento al público universitario que cada vez en mayor número seguía a los héroes Marvel, cuya popularidad en los campus de todo el país iba en aumento. En parte, era también la prueba de que los personajes Marvel, al contrario que los héroes de DC, no eran estáticos, sino que crecían y se mantenían al día. Tenían una vida que vivir.

Los dos primeros capítulos de la saga son el ejemplo perfecto de la mecánica narrativa del Spiderman clásico. A través de una serie de escenas entrecruzadas en las que el escenario va cambiando de un aspecto de la vida de Peter Parker al otro, la trama se va complicando y acelerando sin que suceda otra cosa más que la inercia propia de cada situación. Como en nuestra vida real, en la de Peter Parker los acontecimientos también van tomando una velocidad propia y acaban por complicarse –todos a la vez, generalmente—sin que nosotros podamos hacer nada para impedirlo. Así, mientras Spidey tiene diversos enfrentamientos con una banda de maleantes enmascarados que sirven a un misterioso “Planeador Maestro” (luego descubriremos que es un alias del Doctor Octopus, la principal némesis del trepamuros), su tía May cae gravemente enferma. Durante una visita al Bugle, se ve obligado a enfrentarse a Betty de nuevo, que quiere hablar con él porque uno de los periodistas del diario, Ned Leeds, se le ha declarado. Antes de darle una respuesta necesita saber qué siente Peter por ella. Éste está enamorado, pero comprende que mientras sea Spiderman nunca podrá estar con ella, de modo que organiza una escena con Leeds, a quien maltrata con la intención de que Betty le odie y renuncie a él sin remordimientos. De paso, intenta vender unas fotos a Jameson, que se las tira a la cara: “¡No me hagas perder el tiempo si no me traes nada bueno!” Inmediatamente después, Peter recibe la noticia de que su tía está desahuciada. La causa de la enfermedad es un envenenamiento sanguíneo cuyo origen el facultativo no es capaz de imaginar, pero que a Peter no se le escapa. Hace tiempo hizo una transfusión de sangre a su tía, y sin duda es su sangre enriquecida con la radiación arácnida la que la está matando. Primero su tío Ben murió por su indolencia y su dejadez, y ahora su tía va a morir envenenada por su sangre. El resorte que moviliza a Spiderman –y a sus lectores—es siempre el mismo: la culpa.  ¿Es de extrañar que cuando el desesperado muchacho vuelve a casa, solo, destroce la mesa del salón de un puñetazo? 

Sin embargo, existe una esperanza para su tía May. Con la ayuda de su amigo, el Dr. Curt Connors (cuyo alterego es uno de sus enemigos mortales, el monstruoso Lagarto), podría modificar un elemento llamado ISO-36 que tal vez curase a la anciana. Peter vende todos sus objetos de valor para pagar la sustancia –de forma significativa, entre esos objetos se encuentra el microscopio que le regaló su tío—pero para su desgracia el ISO-36 cae en manos de la banda del Planeador Maestro, que lo roba para utilizarlo en uno de los experimentos del Doctor Octopus. Ahí es cuando un Spiderman desquiciado salta en busca de los criminales que han robado la clave de la salud de su tía. La carrera es contrarreloj, porque el ISO-36 perderá su potencia al cabo de un tiempo.

La aventura más épica de Spiderman, es, pues, una búsqueda frenética a través de la ciudad, arrasando todos los cubiles del hampa, en un intento de salvar a su tía. “¡Un hombre furioso!”, verdaderamente. En las últimas páginas del nº 32, Spidey por fin invade el cubil submarino del Doctor Octopus y se enfrenta cuerpo a cuerpo con él en el laboratorio del genio del mal. La brutal batalla provoca el desplome de las estructuras. Spidey y Octopus quedan separados, pero una descomunal pieza de maquinaria cae sobre el héroe. No le aplasta, pero le deja atrapado, incapaz de moverse. A unos metros de él, abandonada en medio del suelo, la lata que contiene el ISO-36. En el techo, unas grietas amenazan con ceder en cualquier momento, permitiendo que el mar inunde el cubil. Y en la cama del hospital, la tía May musita débilmente el nombre de su sobrino, mientras cada segundo que pasa la acerca a la muerte.

Ésta es la situación al inicio de The Amazing Spider-Man 33. “¡El capítulo final!” se abre con la que puede ser la secuencia más famosa de toda la historia de Marvel Comics. Un plano fijo de Spiderman atrapado bajo la imposiblemente pesada maquinaria. Exhausto tras todas las batallas de las últimas horas, intenta moverla, pero no hay manera. Las goteras que caen del techo resquebrajado son cada vez mayores, hasta convertirse en un chorro blanco que le cubre la cabeza. Los remordimientos le impulsan a seguir intentándolo, más allá del límite de sus fuerzas. No puede permitir que “las dos personas que más le han querido en el mundo” mueran ambas por su culpa. A lo largo de tres páginas, Spiderman se fuerza a intentarlo. Las viñetas cada vez se hacen más grandes. Siete en la primera página, seis en la segunda, sólo cuatro en la tercera, cuando vemos que ya el peso empieza a levantarse. “¡Cualquiera puede ganar una batalla cuando lo tiene todo a favor! ¡Cuando las cosas se ponen difíciles, cuando parece que no hay ninguna posibilidad, entonces es cuando importa!”

Y por fin, en la cuarta página, una sola viñeta, Spiderman, la rodilla hincada en el suelo, extiende los brazos y lanza por los aires el peso imposible: “¡Lo conseguí! ¡Estoy libre!”

La imagen definitiva de la liberación, del desahogo, el literalmente quitarte el peso de encima, es lo que define por encima de todo la filosofía de Marvel: luchar hasta el final, y redoblar esfuerzos cuando las cosas se ponen más difíciles. Ésa es la responsabilidad que conlleva el poder de cada uno.



Más de treinta años después, al recordar la célebre escena en una entrevista, Stan Lee diría: “Yo me limité a mencionar la idea, pero Steve la dibujó de forma increíble... dedicando creo que 3 ó 4 páginas a Spiderman levantando ese peso enorme. A mí no se me había ocurrido dedicarle tantas páginas, pero fue una decisión brillante por parte de Steve e hizo que el episodio fuera absolutamente inolvidable y lo más dramático posible”. Steve Ditko le contestaría en un texto donde negaba cualquier participación de Lee en la idea: “Era conocido por todo el mundo en Marvel que Stan Lee decidió no comunicarse conmigo sobre ningún asunto desde antes del número 25 de The Amazing Spider-Man(1965). Entonces, ¿cómo podría contarme una idea para un argumento del que no sabía nada hasta que veía mis páginas a lápiz y mis borradores de diálogos para cualquier número?”

Lo cierto es que el desencuentro entre Lee y Ditko está ampliamente documentado, y de hecho la prueba de que Lee no sabía qué estaba pasando en Spiderman hasta que Ditko no acababa las historias está en esta misma saga, ya que en la primera aparición de los esbirros del Planeador Maestro, en el nº 30, Lee los atribuye en los diálogos al villano de aquel episodio, el Gato, sin saber que Ditko estaba preparando ya el terreno para el siguiente número. Aún más, es difícil no ver en la poderosa imagen de Spiderman levantando un peso insoportable la plasmación gráfica de La rebelión de Atlas (1957), la célebre novela de la rusa nacionalizada americana Ayn Rand, a cuyas ideas Ditko profesaba culto. Sin duda la estricta observación de los principios del objetivismo contribuyó al distanciamiento de Ditko y Lee. El dibujante entendía el mundo como una lucha maniquea entre “saqueadores” (de hecho, ése llegó a ser el nombre de un villano presentado en uno de sus últimos números de Spiderman)y “productores”, y él entendía que la producción de Spiderman descansaba en sus manos, y que Lee se aprovechaba injustamente de su talento. Para Ditko, todo se podía resolver en términos de una lógica estricta, y todas las cuestiones eran en blanco y negro. Los grises eran un invento diabólico de los parásitos sociales.

Fuera impulsado por el objetivismo de Ditko o por el humanismo moderado de Lee o por el sentimiento de culpa exacerbado de sus lectores, el caso es que Spiderman consiguió liberarse de su peso, recuperar el ISO-36, escapar de la base de Octopus –previa batalla a puñetazos con su legión de esbirros, una batalla en la que Spiderman, como un boxeador sonado, acaba braceando en el aire cuando todos sus enemigos ya han caído—entregar el ISO-36 a tiempo y salvar finalmente la vida a su tía.

Por supuesto, “¡El capítulo final!” no fue el capítulo final en la historia de Spidey. Aunque casi lo fue para Ditko. Unos pocos meses después, el dibujante abandonó definitivamente la serie y Marvel. A pesar de sus diferencias creativas y personales con Lee, fueron con toda seguridad las diferencias económicas con el propietario, Martin Goodman, y las promesas incumplidas de éste las que provocaron su abandono. Ditko nunca ha dado ninguna entrevista sobre este tema, ni tampoco sobre ningún otro, lo que le convierte en el sueño dorado de todo periodista especializado en cómic. Fiel a sus principios, nunca ha vuelto a dibujar a Spiderman, ni siquiera cuando volvió a Marvel años después. A lo largo de su carrera nunca volvió a tener un éxito comparable al del trepamuros. Durante años hizo episodios de relleno y series secundarias en Marvel y DC, su estilo cada vez más atrofiado y anticuado, su posición ideológica cada vez más radical. Creó personajes que servían como vehículo de sus ideas: Mr. A, reciclado luego en The Question, que a su vez sería el modelo de Rorschach, el personaje más popular del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, un fanático justiciero de extrema derecha, libertario radical, que se niega a cualquier compromiso y que paga el precio de su severidad. Aislado del mundo profesional, con 88 años, Ditko se mantiene activo, escribiendo y dibujando en su estudio de Manhattan, donde produce desde hace tiempo una interminable serie de fanzines que, a la manera de panfletos, entremezclan historietas políticas con textos de denuncia contra “saqueadores” como Stan Lee. En 2007, Jonathan Ross protagonizó el documental En busca de Steve Dikto para la BBC. El objetivo era conseguir finalmente acercarse al misterioso creador del superhéroe más famoso del mundo y arrancarle esa esquiva entrevista. En la escena culminante de la película, Ross y su acompañante, el guionista y escritor Neil Gaiman, hablan con Ditko por el telefonillo. A continuación, suben al estudio. Cuando les volvemos a ver, están fuera del estudio. Ditko les ha recibido y atendido exquisitamente, pero sin cámaras delante. “Un hombre encantador”, concluye Ross. A día de hoy, Ditko sigue contestando personalmente las cartas que recibe de sus fans en cartas manuscritas con lápiz.



A Spiderman, por su parte, no le fue mal alejado de su co-creador. Lee sustituó a Ditko con John Romita, uno de sus hombres de confianza y un dibujante espléndido con amplia experiencia en el cómic romántico. Romita consolidó la imagen de marca de Spiderman e hizo que Peter Parker, Gwen Stacy, Mary Jane Watson y el resto del reparto de secundarios fueran más guapos y atractivos que nunca y que fueran vestidos más a la moda. La cualidad profundamente arácnida y repulsiva que Ditko imbuía a la serie desapareció por completo, y la popularidad de la misma se disparó. Sí, Spiderman perdió la imaginación delirante de Ditko, pero esta nueva versión, más pulida, resultaba mucho más fácil de comercializar.

Con el cambio de década, nuevos autores trajeron nueva vida a Spidey. El jovencísimo guionista Gerry Conway no había cumplido veinte años cuando empezó a escribir las aventuras del trepamuros, y en compañía de Gil Kane y el propio John Romita dejó uno de los más grandes hitos de la historia de Marvel: la muerte de Gwen Stacy, la novia de Peter Parker, a manos del Duende Verde. Era 1973, y en plena crisis del petróleo y con un ambiente depresivo en lugar de la euforia de los sesenta, aquel acontecimiento parecía certificar el final de una era. Tras la muerte de Gwen, el propio Conway, acompañado del extraordinario dibujante Ross Andru, enganchó una tanda de episodios que acabarían de redondear la madurez del personaje. Con el final de su etapa, en The Amazing Spider-Man 149 (1975) tengo la sensación de que en cierta manera acaba la historia de Spiderman que empezó en Amazing Fantasy 15. La historia de un niño que se convierte en hombre y descubre quién es realmente. A partir de ese momento, su historia ya está contada y sólo le queda vivir aventuras. Durante los últimos cuarenta años, legiones de guionistas y dibujantes han contado centenares de éstas, algunas de ellas memorables, pero en cierto sentido la impresión es que el personaje ya estaba terminado.

Vivimos en un mundo, sin embargo, que nos permite revisar continuamente esas ideas fundamentales que animan a Spiderman. Hollywood vuelve una y otra vez a las esencias del Spiderman de Lee y Ditko: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Las dos primeras películas de Sam Raimi, protagonizadas por Tobey Maguire en 2002 y 2004, me hicieron revivir de nuevo todo aquello que había sentido con tanta intensidad cuando leí “¡Un hombre furioso!” en un tebeo en blanco y negro de Vértice de 1976 y comprendí que la culpa es la única fuerza que nos hace mover montañas. Qué mensaje tan jodido, ¿verdad? Para que luego digan que los superhéroes como Spiderman sólo son cuentos de hadas.

Texto publicado originalmente en Cómics Sensacionales (Larousse, 2015). Acabo de enterarme de la muerte de Steve Ditko, con 90 años, y como primer homenaje de urgencia no se me ha ocurrido otra cosa que poner a disposición de quien le interese este texto sobre su creación más famosa. Si Ditko no hubiera existido, si no hubiera dibujado a Spiderman, mi vida no habría sido la misma. Gracias, maestro.

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