viernes, 11 de diciembre de 2020

CORBEN

 


Ayer supimos que el pasado 2 de diciembre había muerto Richard Corben a los 80 años de edad. Al conocer la noticia, y tal vez por todas las circunstancias que han rodeado nuestras vidas este año, me di cuenta de que me importaba no por su grandeza como autor, sino porque era un autor que había formado parte de mi vida en un momento en que la huella que te deja un tebeo ya no se borrará nunca. Me di cuenta de que si pensaba en Richard Corben, no pensaba en él como un gran autor, sino como un pedazo de mi vida, no alguien a quien admiraba, sino alguien a quien quería, y de quien necesitaba despedirme. Y me acordé de que en Comics sensacionales (Larousse) escribí un texto sobre Den. He decidido recuperarlo aquí como pequeño recuerdo de lo que fue Corben para mí.




DEN

Richard Corben

1973-1997


En un momento determinado, a finales de los años 70 y principios de los 80, Richard Corben fue el Dibujante Más Grande del Mundo. O al menos lo era en los kioscos de barrio, los puestos del Rastro y las primeras librerías especializadas de cómic que empezaban a consolidarse en España, donde admirábamos con ojos como platos las páginas de aquel norteamericano que hacía unas viñetas literalmente incomparables con nada de lo que se había visto en el cómic. No había con qué compararlas, y todo el mundo quería desentrañar su secreto para ser como él. Luego, ese momento pasó y Corben se retiró a una relativa oscuridad (o al menos un segundo plano) durante las dos últimas décadas de historieta. Pero cuando brilló, con qué fulgor deslumbrante lo hizo Richard Corben.


La democracia trajo a España lo que se llamó el Boom del cómic adulto. Décadas de historietas internacionales inéditas por las restricciones de la censura entraron a borbotones en el diluvio del destape, y a toda velocidad nos pusimos al día con el comix underground americano y la fantasía adulta francesa. La oferta desbordante creó la ilusión del éxito durante una década, y aunque ese período vio aparecer corrientes muy diversas, algunas tan fructíferas como la de los autores españoles de El Víbora, sin duda el rey de aquellos turbulentos años fue un editor barcelonés con mucho ojo comercial, Josep Toutain. Sus revistas, 1984, Creepy, Comix Internacional, venían cargadas de material de primera línea, y a la cabeza de su plantilla de autores de referencia estaba el inimitable Richard Corben. Para los que vivimos aquellos años, cuesta pensar en Corben sin pensar en Toutain, y pensar en Toutain sin pensar en Corben.


Lo que Corben tenía de distinto saltaba a la vista: sus colores y sus texturas no se parecían a los de nadie. Se le consideró el Dios del Aerógrafo, una herramienta que causó estragos en la era analógica anterior a la llegada del PhotoShop. Su preocupación por forzar los límites de la tecnología de impresión de su época provocaría que hoy en día muchas de sus mejores páginas estén bajo sospecha: ¿lo que conocemos es realmente parecido a lo que Corben quería lograr con sus experimentos gráficos? Restaurar esas páginas en la actualidad, por otra parte, es una pesadilla, como ha explicado el colorista español residente en Estados Unidos José Villarrubia, un especialista en la obra de Corben.


Fue precisamente por sus acabados por lo que Corben fue ensalzado como maestro de un hiperrealismo fotográfico insólito. Sin embargo, mirando bajo la superficie se descubría otra realidad. Corben (Misuri, 1940) se había hecho un nombre a finales de los años 60 aprovechando la ola del underground. En realidad, no tenía demasiados puntos en común con los dibujantes underground de San Francisco, que vivían una vida hippy y alternativa, mientras que Corben era un ilustrador comercial y animador de vida más convencional que no tardaría en empezar a hacer historietas comerciales para editores profesionales. Sin embargo, sí coincidía con los underground en su gusto por la caricatura y lo grotesco, así como en la recuperación de ciertos géneros denostados y olvidados desde los años 50, como el terror. Corben planteaba así una singular estética de caricaturas con volumen y texturas realistas, lo cual, unido a sus estrafalarios colores (naranjas, morados, rosas, amarillos, añiles) en ocasiones hace que sus historietas parezcan fotonovelas protagonizadas por las marionetas de los Thunderbirds. Si es que las marionetas tuvieran sexo, claro.


Cuando Corben inició su carrera comercial, muy ligada en sus inicios a la editorial Warren, creadora de las cabeceras Creepy, 1984 y Comix Internacional que, como he mencionado, luego Toutain importaría a España, se vio obligado, como otros tantos profesionales de la tradición clásica del cómic, a dibujar montones de historietas que al cabo de los años sólo se pueden describir como morralla. Por supuesto que el trabajo gráfico de Corben siempre hace que al cabo de unos años merezca la pena echarles un vistazo, pero todo el esfuerzo del artista estaba por lo general lastrado por sobadísimos argumentos de suspense con giro sorpresa al final escritos por guionistas aquejados de incontinencia verbal que sepultaban lo visual bajo pesadísimos cartuchos de texto. Hay excepciones, que se dan especialmente cuando Corben tuvo la fortuna de trabajar con el guionista Bruce Jones. Una de ellas es “A Woman Scorned”, que parte de un planteamiento propio de un episodio de The Twilight Zone para explotar el humor de una conversación entre un lagarto azul y una mujer bárbara en un mundo postapocalíptico. Otra, y tal vez la más memorable, es “In Deep”, un  escalofriante relato protagonizado por una pareja que naufraga y acaba rodeada por tiburones en alta mar y cuyo guión permitía a Corben flexionar sus músculos narrativos, y no sólo los ilustrativos.

Volviendo la mirada hacia los años de gloria de Corben, creo que es difícil discutir que dejó tres obras maestras destacadas por encima del resto de su producción. La primera de ellas es Bloodstar (1976), a la que muchos incluyen entre las candidatas a primera novela gráfica de la historia, debido a que es una historia larga que se publicó directamente en formato de libro, sin serialización previa en ninguna revista. No nos interesa discutir aquí esa cuestión, que es puramente académica, pero sí señalar que Bloodstar mantiene su fulgor al cabo de las décadas. En parte puede haberle ayudado el hecho de haber sido concebida originalmente en blanco y negro, lo cual la dota de un elegante clasicismo intemporal. Bloodstar es la adaptación de un relato de Robert Erwin Howard, escritor de literatura pulp de principios del siglo XX cercano al círculo de Lovecraft y célebre por haber inventado a Conan el cimmerio. Esta historia pertenece a esa misma línea de relatos bárbaros y (no pretenderemos ocultarlo) profundamente racistas donde versiones idealizadas y musculosas del hombre blanco y ario merodean por escenarios poblados por tribus oscuras e inferiores y monstruos apocalípticos, acumulando sangrientas victorias en combate hasta alcanzar una épica muerte que les consagra como héroes. Secuencias como la del juicio de la tribu en la que el protagonista tiene que atravesar un campo de estacas afiladas mientras es aporreado por sus compatriotas forma parte de la antología del mejor Corben.

La segunda de las obras destacadas sería Las mil y una noches (New Tales of the Arabian Nights), publicada por capítulos entre 1978 y 1979 en Heavy Metal, la versión norteamericana de la revista francesa de fantasía de vanguardia Métal Hurlant. Esta vez a color, Corben vuelve a echar el resto para poner en imágenes el delicado exotismo que sugiere el título de partida. Apoyándose en un guión inteligente de Jan Strnad, Corben dibuja el mundo de genios y demonios de Scherazade con un technicolor propio de una odisea de Ray Harryhausen a la que se han añadido un filtro psicodélico y una pulsión erótica nada velada.

Pero creo que es la tercera de sus grandes obras de la época la que nos sigue sorprendiendo e inspirando más en nuestros días. Den es diferente de las otras por lo que tiene de amorfa y de indescifrable. Algunos la considerarían fallida, o un borrador de esfuerzos más concretos que vinieron después, y en su momento cosechó duras críticas por lo confuso de su desarrollo argumental y lo oscuro de sus personajes, pero cuando volvemos a ella al cabo de las décadas son precisamente esas características las que más nos estimulan.


Den es, una vez más, una fantasía heroica protagonizada por un héroe musculoso salido de los pulps de las primeras décadas del siglo XX. En esta ocasión, Corben no acude a Howard, sino a Edgar Rice Burroughs. Al igual que en el caso del Flash Gordon de Alex Raymond, en el de Den es John Carter y sus hazañas en Barsoom (Marte) quien sirve de inspiración, mencionada de forma explícita en la primera aparición del personaje que, por cierto, no es en un cómic. Den debutó en Neverwhere, un corto de animación de realización casera que Corben produce mientras trabajaba para una empresa del ramo en Kansas City a finales de los sesenta. La película, de un candor entrañable, se abre con una secuencia de imagen real en la que el propio Corben interpreta al protagonista, un apocado oficinista que es abroncado por su jefe y posteriormente construye un extraño dispositivo que le permite abrir un portal interdimensional con el que viaja al mundo fantástico de Neverwhere, donde se ha convertido en un guerrero ideal que se involucrará en una maravillosa aventura de rescate de una princesa cautiva. Toda la secuencia de Neverwhere está realizada, por supuesto, con una rudimentaria pero encantadora animación. Curiosamente, unos años después Den acabaría volviendo a la animación, esta vez como uno de los segmentos que formaban parte del largometraje Heavy Metal (1981). El argumento, calcado del John Carter burroughsiano, revela al mismo tiempo de forma muy sincera la raíz de estas fantasías de poder masculinas: el deseo de transformación del macho acomplejado que quiere liberarse de las cadenas de su cuerpo y de su sociedad para desahogarse en aventuras que no tienen más sentido que la aventura en sí misma, la excitación de la emoción física, el peligro y la victoria. Ésa es la línea que lleva de Flash Gordon a Den.


El Den que llega a las viñetas a mediados de los años setenta posee una de las presencias gráficas más rotundas de la historia de la ficción. Es un coloso hipermusculado e hipersexualizado, completamente exento de pelo en cualquier parte del cuerpo, que no viste ninguna ropa y se distingue por el extraordinariamente largo pene que cuelga orgullosamente de su entrepierna, a la manera del espadón del bárbaro. Nadie había propuesto jamás un personaje tan brutalmente sencillo, tan... sí, digámoslo, tan desnudo, y que, al mismo tiempo que parece genérico -casi un prototipo de muñeco articulado- proyecta una personalidad arrolladora e incluso agresiva. Nadie lo ha vuelto a hacer después. Sólo por su diseño como personaje, Den señala uno de los momentos más excepcionales de la historia del cómic.


Den empieza sus andanzas en medio de un paisaje desconocido, un desierto que podría ser el Sudoeste norteamericano o la Luna. No sabe quién es, no sabe dónde está. “El paisaje me resulta completamente desconocido, ni siquiera mi cuerpo me resulta familiar”. Den vaga por el mundo alienígena hasta encontrarse con un templo misterioso de apariencia precolombina donde abreva una especie de hombre-dinosaurio. Los verdes, morados, naranjas y amarillos que empapan las escenas hacen que todo parezca una pesadilla febril. Poco después, aparece la mujer, una reina-sacerdotisa tan completamente desnuda como Den (aunque tocada por una corona imposible), tan orgullosamente hipersexualizada como él. Den interpreta que el hombre-dinosaurio amenaza a la reina-sacerdotisa, e interviene en su rescate. A partir de ahí empieza la violencia, empiezan las aventuras bárbaras.


Den es el acrónimo de David Ellis Norman. “Estaba llorando la muerte de mi tío Daniel. Nunca habían encontrado su cadáver, pero al cabo de siete años se había declarado su muerte legal. Algunas de sus pertenencias habían acabado en mi posesión, incluyendo su colección de novelas de fantasía de Burroughs. En la parte de atrás de una de ellas había un papel con unos planos dibujados...” Obviamente, David construye el dispositivo, que abre la fatídica puerta que le transporta a Neverwhere y al cuerpo con el que realizar todas sus fantasías viriles.


Cuando leía algún episodio suelto de Den de chaval, de la misma manera que me sentía fascinado por los paisajes, las criaturas y los colores, sentía que no entendía nada porque aquel capítulo pertenecía a una saga complejísima que había que leer completa y con detenimiento para poder comprender de forma conveniente. Qué equivocado estaba. Releídos hoy en día y de forma completa todos los capítulos de la saga de Den, que se extiende a lo largo de varios volúmenes y series desde mediados de los setenta hasta finales de los noventa, el conjunto resulta tan incomprensible como entonces. Tal vez incluso más. El tono pasa de lo épico a lo cómico, de lo erótico a lo melancólico, con una desconcertante velocidad. Los personajes son indescifrables. Hay duplicados y reflejos, Den no siempre es Den, o no es siempre el mismo Den, y lo mismo ocurre con su compañera y su archivillana. En ocasiones se puede leer como un canto a la fantasía, en ocasiones como una sátira de la misma. La cronología es un laberinto indescifrable, que tal vez ni el propio Corben pudiera aclarar. Den es, en suma, más un concepto que una historia, más un sentimiento que un personaje. Pero, al mismo tiempo, la intensa concreción de la representación gráfica de Corben lo anima con una definición muy específica, lo vuelve real como no pueden llegar a serlo otras historias de coordenadas espaciotemporales perfectamente delimitadas. Aunque en sus últimas entregas acabe un tanto a la deriva, los dos primeros volúmenes, Neverwhere (1978) y Muvovum (1984) siguen siendo una lectura excitante hoy en día.

Tal vez incluso hoy en día más que nunca. Los últimos años han visto un inesperado auge de la historieta de fantasía más extravagante. Odiseas heroicas donde lo gráfico y el color tienen un peso primordial abundan en gran parte de la más reciente producción de minicómics y fanzines, que es como denominamos a muchos de los cómics autoeditados por autores alternativos. Y no sólo en ese segmento, sino también en ciertos títulos comerciales. Prophet, un cómic de superhéroes de los 90 relanzado en 2012 por Brandon Graham y Simon Roy, por ejemplo, inicia su andadura evocando de forma muy directa a Den: el protagonista desembarca en un mundo alienígena y tiene que abrirse paso a través del desierto, sobreviviendo a las agresiones de las criaturas hostiles que lo habitan. Es una tendencia que en otro lugar he llamado de los primitivos cósmicos, y muchos de ellos se inspiran en el Métal Hurlant y el 1984. De pronto, sorprendentemente, algo que parecía tan rabiosamente de su tiempo, algo que parecía condenado a pasar de moda, como Den, vuelve a ser luminoso, deslumbrante. Y lo que parecía una rareza encuentra su lugar en la cadena de la historia, como un eslabón que enlaza al viejo Flash Gordon con la última vanguardia. La lección está clara: son cómics, y en el cómic, por el dibujo se vive y por el dibujo se muere. Y eso es lo que hace a Richard Corben inmortal.

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