¿Se puede vivir así? ¿Tengo síndrome de abstinencia?
Pues no lo sé. Sí, me gustaría leer el X'ed Out, no lo niego.
Pero lo primero que me viene a la cabeza es: ojos que no ven, corazón que no siente.
También me gustaría comerme una buena ración de jamón serrano, y sin embargo no la echo de menos porque con los tacos pastor, el alambre y las tortas de tinga voy más que servido. Será que me adapto con facilidad al sitio donde estoy, pero el caso es que disfruto de lo que hago en cada momento, y cada lugar tiene sus propios placeres.
Los que me ofrece México, como amante de la historieta, son, por cierto, de una cualidad singular y de una intensidad que casi había olvidado.
El mercado nacional de la historieta es aquí ahora mismo muy precario. En el quiosco apenas quedan los cómics de Marvel y unos sensacionales ya en decadencia, acompañados por los títulos de Vid que son simplemente traducciones de DC o reediciones de los viejos éxitos de Edar, con Memín Pinguin a la cabeza. Fuera de eso, prácticamente nada se puede encontrar por la calle.
En las librerías de cómics, casi lo mismo, con el añadido del manga omnipresente y alguna incursión de novelas gráficas y álbumes importados de España. Pero si las posibilidades de penetración de este material son mínimas, dada su escasa tradición en este país, el tiro de gracia se lo da el encarecimiento de los precios en el viaje transatlántico. El Incal de Moebius, edición de Norma, cuesta aquí 1.500 pesos. Al cambio de hoy, unos 89 euros. Esto, en un país con una renta per capita muy inferior a la española.
En las librerías de cómics (y algunas generales) se pueden encontrar las todavía tímidas muestras del nuevo cómic de autor mexicano, en tentativas autoeditadas, como El Bulbo, de Bachan, o en lanzamientos de pequeñas editoriales como Caligrama o Resistencia. Así se pueden encontrar trabajos de Bef, Luis Fernando, Clement, Juanele y otros de los que prometo hablar en el futuro, que no todo va a ser rescatar fotonovelas y tebeos de consumo de hace décadas.
Pero cuesta, cuesta encontrar esos cómics. Y cuesta más desde que esta semana cerró Bada Bing!, una librería que exhibía en sus estanterías títulos de Sinsentido y Astiberri junto a los valores actuales mexicanos. No es una buena señal, desde luego.
Quiero decir con esto que la producción de novedades que se puede encontrar en México en el campo de la novela gráfica o cómic contemporáneo no es ni remotamente comparable a la que hay en España. Sin datos en la mano, pero fiándome de mi impresión, me atrevería a decir que en un solo mes se publican en España más libros de cómic que en todo el año aquí. Por tanto, difícilmente puede la actualidad comiquera mexicana sustituir a la actualidad comiquera española en peso bruto para un lector habitual que esté acostumbrado a un ritmo de consumo como al que estamos acostumbrados nosotros. El cual, dicho sea de paso, y visto desde la distancia y la tranquilidad de esta orilla, puede ser hasta un poco mareante y tendente al empacho.
A cambio, en México la historieta me ha devuelto un placer que creía perdido y que tenía casi olvidado desde hace muchos años. El placer de sumergirme en montañas de papel viejo y barato, removerlas manchándome los dedos de mugre añeja y volverme a casa con un puñado de panfletos groseros, chillones, provocativos, imaginativos y completamente desconocidos para mí.
El placer, digámoslo claro, de revolcarme en charcos de tebeos, puros tebeos, el mero tebeo de toda la vida, tebeos que, como los que leía de niño, están llenos de misterio.
Y por cuatro perras, añadiría.
La industria de la historieta mexicana fue un monstruo gigantesco entre los años 40 y 80 del siglo XX. Las cifras que se llegaron a manejar aquí son tan cósmicas que parecen increíbles. Por ejemplo, a principios de los años 80 se calculaba que la circulación mensual de cómics alcanzaba los 70 millones de ejemplares mensuales. Y esto cuando la edad dorada de la historieta popular ya había pasado. Los editores de cómics clásicos, como Guillermo de la Parra o Novaro, construyeron a partir de las viñetas verdaderos imperios comerciales que se extendieron por muchos otros negocios. Aunque no se ha conocido fuera de sus fronteras (y mucho menos en Europa) tanto como la argentina, la historieta mexicana ha sido uno de los grandes colosos de la historia mundial del medio.
Ese coloso, como ya decía antes, naufragó a partir de los años 80, y su caída cataclísmica ha dejado un solar inmenso que de momento los infatigables jóvenes autores mexicanos están intentando rellenar con el webcómic, que es lo que tienes a mano cuando no tienes la suerte que tenemos en España de que la novela gráfica esté empezando a florecer en las librerías generales. Y ese inmenso naufragio ha dejado, por supuesto, restos desperdigados por los más imprevisibles rincones de este país. Pero hay que buscarlos.
No es fácil encontrar cómics antiguos en México. Antes de venir, me imaginaba que tarde o temprano descubriría un almacén secreto donde algún saldista tendría acumuladas inmensas cantidades de cómics de Novaro que vendería al peso. Ahora sé que ese almacén no existe. Ni siquiera existen tiendas de segunda mano donde encontrar cómics viejos, y en la feria que montan todos los sábados cerca de mi casa hay más tebeos atrasados de superhéroes gringos que mexicanos, y más muñecos de superhéroes que tebeos, dicho sea de paso. Pero, ocasionalmente, en alguna feria del libro antiguo o en algún festival del coleccionismo, uno se encuentra alijos. Y los alijos suelen ser enormes montones de manojos de tebeos grapados que prometen las más extremas emociones desde sus escandalosas portadas, frecuentemente pintadas. Si te llevas un montón -y lo recomendable es llevarse un montón, porque hay que aprovechar la oportunidad cuando surge- te hacen un buen precio y te sale cada cómic por entre 5 y 15 pesos, o lo que es lo mismo, entre 30 y 90 céntimos de euro la unidad. No, no son precios de novedad, desde luego.
El placer que me proporciona rebuscar entre estos montones es más sensorial que intelectual. Sí, disfruto de los buenos tebeos bien editados, evidentemente, pero disfruto de ellos de una manera mucho menos básica de la que disfruto de estas cacerías de morralla vieja. Una actividad que practicaba de niño, cuando rebuscaba entre los montones de los tebeos usados de Vértice y todo era nuevo y todo estaba por leer, pero que hacía muchos años que no podía disfrutar en España, y no sólo porque uno se hace mayor y pierde (parte de) la inocencia, sino porque en España, sencillamente, uno no se encuentra estos alijos de tebeos viejos en ningún sitio, y cuando los encuentra, los conoce todos, y cuando no los conoce y los quiere, son tan caros que ya no tiene gracia comprarlos.
En España, sencillamente, esto no se hace.
Habrá quien piense que estas búsquedas de historietas viejas mexicanas son un pasatiempo para distraerme en ausencia del Palookaville o que son un placer culpable, un excéntrico fetichismo por los tebeos malos. Debo decir que, para mí, estos son los tebeos buenos, poseedores de toda la fuerza y la fascinación que siempre ha ejercido sobre mí el cómic, y no sólo por su forma y su valor como objetos que reactivan los mecanismos de la memoria infantil, sino por su contenido y su estética, brutalmente osada, radical, desvergonzadamente creativa. Estos son tebeos producidos «bajo el radar de la respetabilidad cultural», como probablemente diría Clowes hace años (lo cito de memoria, así que perdón por la imprecisión), tebeos inventados y dibujados con la urgencia de la necesidad comercial, tebeos que no atienden a casi ningún compromiso más que el establecido entre el empresario ávido de monedas y los niños ávidos de emociones (gráficas) intoxicantes. Y es ese tipo de material -tan puro en su bastardía, tan intenso- el que siempre me ha parecido que ennoblecía al cómic precisamente por otorgarle algo distintivo y más auténtico que lo que podían ofrecer otros medios más respetables. Es decir, mi aprecio por estas historietas es sincero y actual, no impostado (me importa un huevo su valor como objetos bizarros) ni nostálgico. Si hay algo que detesto en la producción cultural son los términos medios, los tibios productos «bien hechos», lo aceptable. Sólo lo radical, lo extremo, lo grosero, lo urgente, lo necesario, merece que le dediquemos nuestro tiempo. Es decir, la vanguardia más auténtica y sincera, o la retaguardia más endurecida y batalladora. Aquello que, por un lado o por otro, excede lo que los valores de consenso son capaces de definir como «bueno» o «malo». Aquello que no es representativo ni realista, sino que es, en sí mismo, real.
Entonces... ¿se puede vivir sin novedades?
Ustedes dirán.
4 comentarios:
NO!
No sé, pero tener novedades y al mismo tiempo un infiltrado en México que selecciona grandes hallazgos para deleite de mis sentidos, está de puta madre.
Abrazos!
No hay ni punto de comparacion en la oferta actual de comic en España y Mexico, visto desde aqui (Mexico) y entrando en comparaciones ustedes estan en la gloria!! tienen varias editoriales que traducen material de U.S.A. Francia, etc, ademas producen comic propio y aunque ustedes se quejan todo el tiempo de que no se apoya a sus autores la realidad es que uno ve que se publica bastante material y monton de autores que estan haciendo una u otra cosa, que no vivan de ello es otro boleto pero uno compara y vaya, Vid MUERTA y solo Editorial Televisa nos trae comics Marvel, y que hay que decirlo lo ha hecho muy bien en 5 años pero nada mas y bueno comprar los originales americanos o importar desde España es para la mayoria de los lectores mexicanos prohibitivo, realmente deprimente pasarse hoy por un puesto de revistas, yo ya me estoy acostumbrando a vivir sin novedades, habra que darle una oportunidad al libro vaquero je je
Saludos, gran blog y adelante con esos placeres culpables.
Completamente de acuerdo, Rubén, eso es más o menos lo que digo en el post (o eso he pretendido decir). Pero bueno, aquí también hay mucha gente con ganas de hacer cosas, creo que sólo hace falta un poco de tiempo para que la escena madure y que las circunstancias ayuden algo más, y probablemente el panorama cambie bastante (a mejor) en los próximos años.
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