jueves, 20 de junio de 2013

UN EDITOR

Los lectores de este blog saben que no soy dado a seguir y comentar la actualidad en un sentido estricto, pero no quiero dejar sin mencionar aquí el fallecimiento de Kim Thompson, editor que junto a Gary Groth ha comandado la editorial norteamericana Fantagraphics desde hace más de treinta años.

Y no quiero dejar de mencionarlo porque Kim Thompson es uno de esos nombres que pasan desapercibidos cuando se escribe la historia del cómic contemporáneo, y que sin embargo ha sido fundamental para que los cómics sean como son hoy en día. Con demasiada frecuencia nos olvidamos de que los cómics no los hacen sólo los autores, los hacen también los editores. Y la importancia de un editor es capital.

Al frente de Fantagraphics, Thompson editó a partir de los 80 y 90 a los mejores autores del cómic norteamericano moderno, desde los Hermanos Hernandez hasta Chris Ware, pasando por Daniel Clowes y Peter Bagge, por citar sólo algunos de los nombres más sonoros. Sin ellos (y también sin los que publicaba la canadiense Drawn & Quarterly, aunque debo decir que para mí fueron más importantes los de Fantagraphics) estoy seguro de que hoy no tendríamos el escenario del cómic que tenemos, y la novela gráfica que ha explotado en este siglo tanto en América como en Europa no existiría como tal. Y ahí es donde quiero señalar la importancia del editor.

En España estamos demasiado acostumbrados a esperar que sea el autor el que haga al editor. Es decir, que el autor cree por sí solo una obra milagrosa que, sin ayuda de nadie, encuentre un público que justifique (comercialmente) la edición del libro y convierta mágicamente en editor al tío que ha pagado la imprenta. Pero es muy importante que sea el editor quien haga al autor. Que le anime y estimule, y no me refiero sólo a que profiera arengas inspiracionales, sino a que le permita publicar con continuidad, a que busque los formatos más adecuados para él, y a que genere un entorno adecuado para su desarrollo. Es difícil imaginar que los mencionados Clowes, Bagge, Ware o los Bros., al igual que Charles Burns, Seth, Joe Matt, Chester Brown y otros hubieran conseguido salir adelante individualmente. Pero Fantagraphics y Drawn & Quarterly consiguieron crear un horizonte plausible para sus cómics, y lo nutrieron y cultivaron durante años, y ahora están recogiendo los frutos. Se tarda, pero hay que entender que eso también forma parte del trabajo, que editar no es dar el pelotazo, sino construir lentamente. Viniendo a un entorno más inmediato, estoy seguro de que, por ejemplo, sin el apoyo de Entrecomics Comics el Alter y Walter de Pep Brocal no existiría hoy, como puedo asegurar que sin el apoyo palpable y constante de mis editores en Astiberri hoy yo no estaría embarcado en proyectos tan agotadores como Beowulf con David Rubín o Las Meninas con Javier Olivares. El autor es la materia prima con la que tiene que trabajar el editor. El buen editor, se entiende, el editor como Kim Thompson, que ha sido un ejemplo para muchos que han venido después.

Thompson fue, además, uno de los más activos promotores del cómic europeo en Estados Unidos. A través de su editorial no dejó de intentar una y otra vez que el público americano conociera lo mejor de la producción del Viejo Continente, y podemos decir que en los últimos años nos había dado algunas de las más brillantes versiones internacionales de eurocomics, desde la recopilación de Joost Swarte hasta los títulos de Tardi, y sobre todo esa joya que es la reedición de Las aventuras de Jodelle, de Guy Peellaert. Entre los títulos europeos que Thompson ayudó a traer a Europa, también se encontraban algunos españoles, como por ejemplo los de Max o los de Martí. Puede que el lector americano medio siga siendo muy reticente a probar con historietas extranjeras, pero sin duda estas traducciones influyeron en muchos dibujantes americanos, permitiéndoles ampliar sus influencias más allá de la propia tradición estadounidense y ayudando a facilitar la diversidad de estilos que se encuentra hoy en día en el cómic de este país.

Cómic de autor e internacionalización de los estilos son dos de la características clave de la novela gráfica de nuestros días. No es trabajo de los autores descubrir, fomentar y explotar estas tendencias. Bastante tienen con dibujar. Pero el buen editor sabe darle sentido a todo eso, para que el conjunto tenga más fuerza que cada elemento por separado, y así beneficie a todos. Y Kim Thompson fue, sin duda, un gran editor. Uno de los más importantes de la historia del cómic.

[La foto de Kim Thompson que ilustra esta entrada está tomada por Lynn Emmert, y se puede encontrar en la página de Fantagraphics].

En Fantagraphics, Gary Groth, su compañero durante tantos años, escribe un perfil de Kim Thompson.
En Entrecomics hay dos entradas que merece la pena visitar para hacerse una idea más cabal de la figura y trayectoria de Kim Thompson:
Fallece Kim Thompson
Kim Thompson, palabra de editor

sábado, 15 de junio de 2013

EL SECRETO DE LAS MENINAS



Este fin de semana, en El País Semanal, se publica El secreto de Las Meninas, una historieta de una página que hemos hecho Javier Olivares y yo dentro de la sección de cómic que inauguraron recientemente en el suplemento del diario.

A pesar de lo que dice en el artículo, esta página no pertenece a Las Meninas, la novela gráfica en la que estamos trabajando Javier y yo (bueno, sobre todo Javier, para qué vamos a engañarnos). Aunque sí está relacionada con el libro, obviamente. Podríamos decir que es una fantasía autónoma que nace del trabajo que estamos desarrollando ahora mismo. Estamos tan obsesionados con Velázquez que necesitábamos desahogarnos.

Javier está dándole duro a los lápices, y lleva ya un buen puñado de páginas. La fecha prevista de publicación es la primera mitad de 2014, y la editorial será Astiberri. Javier y yo tenemos mucha ilusión depositada en este libro, pero no me voy a extender sobre él porque todavía es demasiado pronto para hablar del tema. Más adelante ampliaremos la información, por supuesto.

De momento, en la cabecera del post tenéis un teaser. Y si pincháis aquí, podéis acceder a la web de El País Semanal: EL SECRETO DE LAS MENINAS.




viernes, 14 de junio de 2013

EL ARTE SECUENCIAL NO ES ARTE

Se me ha pasado volando, ¿eh? Un mesecito en España que ha sido como un suspiro. Vuelves a la familia, a los amigos y a los tebeos, que son tu vida, y te faltan las horas para todo. De hecho, se me quedaron muchas cosas que hacer por el camino. Pero eso está bien, es como el cliffhanger que te dejas para que haya otro episodio, otro retorno necesario.

Bueno, menos poesía barata. A lo que iba: en dos brochazos gordos, diré la vibración que me ha dejado el mundillo que he tratado durante estas semanas ha sido de bulliciosa y exaltada desesperación. Lo digo como algo bueno, ¿eh? Ilusión suicida.

Cosas que he notado: todo el mundo está acojonado con la crisis. Muy acojonado. La crisis afecta a todos, no sólo a las editoriales, tiendas y distribuidoras de cómic, por supuesto. Es una realidad inevitable, de manera que la cuestión es cómo responde cada uno a esa crisis, cómo está de preparado y qué estrategias va a seguir para sobrevivir. Mucha gente se va a quedar por el camino, eso está claro, porque se están quedando en todos los sectores. De hecho, casi sorprende que el derrumbe del cómic no haya sido mayor de momento. Pero los próximos meses parece que pueden ser decisivos para pintar el escenario del futuro. Las cosas están entre mal y muy mal en el país, y ahora mismo todos se preguntan quién va a aguantar y quién no. Esto es como una película de crimen en la que los convidados saben que la luz se va a apagar y que cuando se encienda otra vez habrá uno apuñalado. Y todo el mundo cruza los dedos para que no le toque a él.

Algunos hacen más que cruzar los dedos, por cierto. Por eso, porque cantando se ahuyenta el miedo o porque la orquesta tiene que seguir tocando mientras el barco se hunde, el caso es que entre el colectivo creativo he descubierto un entusiasmo, un buen humor y una camaradería que, si la memoria no me falla -y tengo edad para que empiece a hacerlo- no recordaba desde... nunca. En realidad, creo que es el auge de las redes sociales el que durante este último par de años ha fomentado la creación de una comunidad del cómic español en la que se sienten integrados autores de lugares muy diversos pero con intereses parecidos, y que en los centros de atracción de las grandes capitales se concreta en jolgorios multitudinarios. Luis Bustos me contaba que eso había pasado en Barcelona, y por lo que pude comprobar de primera mano, está pasando en Madrid. Cada viernes que estuve allí hubo un acto relacionado con el cómic, y muchas veces incluso dos. Y después de cada evento, muchos autores y editores reunidos tomando cañas y yéndose a cenar y de copas. Empieza a haber una cohesión, o eso parece.


Javier Olivares, Pep Brocal y Alberto García Marcos 
en la presentación de «Alter y Walter» 
en La Central de Callao, el 17 de mayo

El primer acto fue especialmente entrañable para mí, quizás por eso del reencuentro. Se presentó Alter y Walter, un exuberante tebeo que Entrecomics Comics le ha publicado a Pep Brocal, y sucedió en La Central de Callao. Era también la primera vez que yo visitaba la nueva tienda de La Central en Madrid, porque la habían inaugurado mientras yo estaba en Estados Unidos. La librería en general es un paraíso para los hipsters como yo, pero la sección de cómic es sencillamente espectacular, y creo que buena parte del mérito es de Mireia Pérez, la dibujanta de La muchacha salvaje, que lleva el departamento con el mismo ojo que si estuviera eligiendo cómics para su propia lectura. O sea: mogollón de fanzines, importaciones raras y títulos de vanguardia ocupando el primer plano. Es una sección muy en sintonía con la que lleva Toni Mascaró en La Central del Raval, y creo que a Madrid le hacía mucha falta algo así.

Aparte, el acto escenificó un poco esa hermandad de la que hablábamos, y en la que también están ejerciendo de aglutinadores las microeditoriales con ideas como la propia Entrecomics Comics o la excepcional ¡Caramba! de Manuel Bartual y Alba Diethelm. Cuando uno ve a esta gente junta no tiene la sensación de que sean competidores, sino compañeros de viaje, y que son muy conscientes de que lo que beneficia a uno beneficia al otro, y al final a todos.


Julio Soria, Paco Alcázar, Lorenzo Pascual y Han Solo
en la presentación de «Huracán de sensatez» 
en Generación-X el 24 de mayo

La semana siguiente hubo todavía más mogollón, porque el viernes coincidió la presentación de Huracán de sensatez de Paco Alcázar, publicado por Diábolo, con la de Panorama y Supercómic. Afortunadamente, la de Paco fue un poco antes y todos pudimos más o menos repartirnos entre una cosa y otra, pero ése fue el día en que me di cuenta de que el nivel de intensidad de la actividad festivo-cartunista en Madrid era mucho más elevado del que recordaba en los buenos viejos tiempos de... 2012.


Óscar Palmer, el Capitán Mandorla y Miguel Ángel Martín
en la presentación de «Panorama» y «Supercómic»
en la Fnac Callao el 24 de mayo

A la semana siguiente fue la presentación del espectacular Pulir, de Nacho García, que ha publicado Fulgencio Pimentel, en el Madklyn. Y por fin, para mi último fin de semana en Madrid, el calendario estaba repletito. El viernes, Canódromo Abandonado presentaba Esto se ha hecho mil veces, el alucinante libro de Xabi Tolosa que ha publicado ¡Caramba!, en El Molar, y el sábado se celebraba la fiesta Los 400 golpes de Astiberri en el Picnic. El plato fuerte fue la presentación de los dos primeros libros de la colección Leyendas Urbanas de Astiberri, dos joyitas de David Sánchez y José Domingo.


Alberto García Marcos lee un poema en la presentación de «Pulir», 
de Nacho García (que está detrás, siento la lamentable foto)
en el Madklyn, el 31 de mayo.


Xabi Tolosa (derecha) hace entrega de una página original a Dani,
lector que la había ganado en subasta por internet,
en El Molar, el 7 de junio.


Gerardo Vilches presenta «Videojuegos» de David Sánchez
y «Conspiraciones» de José Domingo
en el Picnic el 8 de junio.

Si os habéis fijado en la secuencia, habréis observado que CADA ACTO FUE EN UN SITIO DISTINTO. Librerías generalistas, librerías especializadas y garitos nocturnos diversos. O sea, que no es que el Grupito Madrileño tenga una cueva que le sirva de refugio, sino que se expande por toda la geografía castiza e invade espacios que anteriormente eran ajenos al cómic. A mí eso me parece fenomenal, y me parece más fenomenal aún que se rompa con la práctica de convertir las presentaciones en una rutinaria sesión de preguntas-respuestas al autor donde se empieza preguntándole qué tebeos leía de pequeño y se acaba indagando sobre sus futuros proyectos con una escala obligatoria en cuál-es-tu-opinión-sobre-la-polémica-novela-gráfica. Así, en la presentación de Alter y Walter, Javier Olivares hizo un original psicoanálisis gráfico a Brocal; en la de Pulir, Alberto García Marcos se destapó con la lectura de un descacharrante poema escrito en un rollo de papel higiénico; Canódromo Abandonado proyectó vídeos y propuso karaokes para presentar el libro de Xabi Tolosa, y en la fiesta de los 400 Golpes Gerardo Vilches sometió a David Sánchez y José Domingo a un exhaustivo test sobre leyendas urbanas que tuvo tal vez su momento álgido con un David muy serio explicando que los surcos concéntricos en el campo son reales y no un invento mientras sobre su cabeza se proyectaba una imagen de Hello Kitty grabada sobre el terreno. En resumidas cuentas, que fueron actos divertidos y abiertos, actos que cualquiera que pasara por allí podía disfrutar sin mayor preparación previa.

Supongo que a lo que voy es a que me gusta ver al cómic integrado en la sociedad, formando parte del paisaje común. Y al respecto, creo que una buena señal que percibí fue el interés de los medios de información generalistas por Panorama y Supercómic. El primero salió a la venta el 24 de mayo, justo cuando yo estaba en Madrid, mientras que el segundo había salido apenas unas semanas antes y todavía estaba reciente. La última vez que había publicado algo fue en 2010, con La novela gráfica, y si bien aquel libro atrajo mucha atención por parte de la prensa, lo de estos dos ha sido mucho más exagerado. No sé la cantidad de entrevistas que me han hecho, tanto para radio como para medios escritos, y como decía antes, la mayoría fueron para medios no especializados. Pero no es sólo un aumento en la cantidad lo que he apreciado, sino también en la calidad. Aunque sigue habiendo gente despistada, esta vez me he encontrado con un buen número de periodistas que no sólo están perfectamente informados sobre el cómic actual, sino que incluso son lectores habituales. Periodistas profesionales que saben de cómic. Impresionante. Creo que lo voy a escribir otra vez para ver si me lo acabo de creer: Periodistas profesionales que saben de cómic. Está pasando, ¿eh?


Lorenzo Pascual, editor de Diábolo, y el Mandorlanaut,
en la Feria del Libro el 8 de junio.

Otro acto de la sociedad general (o al menos de la cultura general) en el que la participación del cómic también se va naturalizando es la Feria del Libro, ese campamento de casetas llenas de papel que ocupa el Retiro durante tres semanas y que también coincidió con mi estancia. Allí tuve una animada conversación con Lorenzo Pascual, el editor de Diábolo, que es uno de los que lucha contra la crisis probando fórmulas nuevas, como editar directamente sus tebeos de autores españoles en Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos (yo he visto los libros que han sacado de Juan Berrio y Mauro Entrialgo en las tiendas de Baltimore). Pero Lorenzo es, además, uno de los personajes del mundillo más especiales para mí, porque lo conozco desde que ambos teníamos seis años, probablemente. Ambos íbamos al mismo colegio, y nos convertimos el uno para el otro en «el amigo de los tebeos». Para colmo, veraneábamos en dos localidades vecinas de Levante, de manera que durante las vacaciones podíamos recorrer juntos los kioscos estivales en busca de los valiosos y raros comic books americanos que por aquel entonces se distribuían en las zonas donde se concentraban los turistas extranjeros. (Que sepas que todavía no te he perdonado que te llevaras delante de mis narices el último ejemplar de Uncanny X-Men #137, Lorenzo). Compartimos nuestra afición por los cómics durante toda la infancia y la adolescencia, y luego la vida nos separó hasta que, años después, durante una de mis primeras sesiones de firmas como autor en el Salón del Cómic de Barcelona, Lorenzo se presentó ante mí para informarme de que ahora él era editor. A veces me parece mentira que los dos niños que leían tebeos de Vértice en el colegio acabaran a la vuelta de los años dedicados a hacer tebeos, cada uno por su cuenta. Ya sólo falta que los dos nos hagamos millonarios y entonces creeré definitivamente en las hadas. Bueno, bastaría con que me pasara sólo a mí, ejem.

Si alguien ha llegado hasta aquí, ahora tengo una consulta pública que hacer. Me he dado cuenta de que empiezo a acumular una cierta cantidad de fotos de gente del cómic, y me gustaría compartirlas de una forma que fuese práctica y accesible para quien tenga interés por ellas. Mi pregunta es: ¿cuál sería la mejor plataforma para hacerlo? ¿Flickr, Tumblr, Wordpress... Fotolog? Algún amigo ya me ha dado su opinión, pero si alguien quiere expresar la suya a través de los comentarios, se lo agradeceré enormemente.

Por último: los tebeos.

Lo que importa al fin y al cabo, ¿no?

Resulta que en apenas cuatro semanas he intentado ponerme al día con lo mejor que se ha publicado en España durante nueve meses. O sea, zumo muy concentrado, exprimido de las mejores naranjas nacionales y de importación. ¿Y sabéis qué? Que es abrumadora la cantidad de tebeos acojonantes que se han publicado en España entre agosto de 2012 y junio de 2013, y es acojonante la calidad con la que se han editado. Y si no os habéis dado cuenta, es que sois tontos o no os gustan los tebeos.

A veces pienso que estas cuatro semanas han sido una carrera desesperada por ponerme al día en los huecos que me dejaban los compromisos sociales. Y hay demasiado que leer como para hacerlo en tan poco tiempo. Ésa es la pura, cruda y dura verdad. Y si no sabes de qué estoy hablando, voy a hacer un puñado de sugerencias, mencionando la cuatro cosas que más me han llamado la atención durante estos días, por si quieres hacerte una idea.


«El cazador cazado», Moebius


Por empezar por algo clásico: El cazador cazado (Norma) de Moebius es un verdadero festín, visual y material (la calidad de la edición es algo que nos habría dado risa hace sólo diez años). Éste es el Moebius que a mí me gusta, el que se puede tomar verdaderamente como el primer primitif cosmique. En él está la fantasía que aplasta al guión, el trazo vivo y el placer puro del dibujo, y en El cazador cazado está además en un grado superlativo que no se encuentra, por ejemplo, en el muy mediocre Arzak el vigilante (Norma). Supongo que es una broma que le dieran a este libro el premio a la mejor obra extranjera en el Salón del Cómic de Barcelona. Evidentemente, Moebius a tope es mucho Moebius, y en esta aventura del Mayor Gruber está exuberante, y produce un júbilo casi religioso ver la naturalidad con la que hace lo que quiere, con especial incidencia en los contrastes sorprendentes: la línea enrevesada y el vacío inmenso, o el choque de escalas, por ejemplo: el plano detalle agigantado y el plano general diminuto. Sólo por el pasaje en el que el Mayor se convierte en un sumiso celador de museo y la viñeta en la que aparece entrado en kilos y vulgarizado, dormitando bajo un cuadro fantástico, ya merece la pena todo el libro. En fin, que no puedo ni empezar a explicar cuánto me gusta este Moebius, y de hecho me ha hecho revisar otros libros suyos. Desde luego, es uno de esos Grandes Autores de los que no me gusta todo lo que hace, pero cuando me gusta, me vuelve loco. Aunque mejor no voy a entrar en eso, es demasiado tema y demasiado complicado y éste no es el momento ni el lugar.


«La gran odalisca», de Vivès, Ruppert y Mulot.

Por seguir con la línea francesa, el último libro de Bastien Vivès publicado por Diábolo es un festín. La gran odalisca, realizado por el joven maestro en compañía de los experimentales Ruppert y Mulot sólo se entiende como una colisión entre el cine de acción espectacular y la nouvelle vague, una especie de Los Ángeles de Charlie posmoderno protagonizado por una banda de jovencitas superladronas de arte. Con sus interferencias de lo psicológico en lo formulaico, parece que quisiera remendar un tallo muy prometedor que la nouvelle bd nos ofreció a principos de siglo y que parecía haberse disuelto un poco: el de la renovación de los viejos géneros que emprendieron hace más de diez años los Blain, David B., Sfar y demás. Tal vez es algo que Vivès ya intentara con Merwan en Por el imperio, pero que creo que aquí alcanza mucho mejores resultados. Tal vez por el ánimo inquieto y vitriólico de Ruppert y Mulot, una pareja que son como un laboratorio de pruebas para la historieta. Precisamente Ruppert y Mulot hicieron su debut en Estados Unidos hace unos meses, con un volumen extraodinariamente imaginativo y extraordinariamente perverso (el argumento gira en torno a unos documentalistas que quieren grabar las prácticas de zoofilia que supuestamente se producen en un zoológico) titulado Barrel of Monkeys (Rebus Books).

[Os recomiendo esta reseña de La gran odalisca que publica Absence en Gencómics: «Vivès y las hembras (de acción)»]


«La familia», Bastien Vivès.

Claro, para mí sería muy fácil atribuir la mala leche que impregna La gran odalisca a Ruppet y Mulot, pero hay que decir que el propio Vivès no anda escaso de la misma. La familia (Diábolo) forma parte de una serie de libritos que ha publicado recientemente, de los cuales éste es el único que he leído. Y es extraordinario, a la vez que de una crueldad extrema. En parte lo que ofrece es la clásica crítica de la familia burguesa que anima tantas comedias típicas francesas, insufribles todas ellas, pero Vivès se lanza con tal salvajismo y deleite al desmontaje de la gran mentira que nos arranca una risa espeluznante. Después de la decepción que me supuso Polina, La gran odalisca y La familia me han reconciliado con Vivès.


«La infancia de Alan», Emmanuel Guibert

Cierro el capítulo de franceses con La infancia de Alan (Sinsentido), de Emmanuel Guibert, que amplía el retrato de un personaje que se trazaba en La guerra de Alan. Para mi gusto personal, cuando Guibert es bueno, es de lo mejor del mundo actualmente. No hay tebeos mejores que El fotógrafo o los volúmenes de Alan. A veces creo que hay territorios en el cómic a los que sólo Chris Ware y Emmanuel Guibert han llegado. Y una de las cosas que le hace grande es la sencillez con la que se despliega. Nada es extraordinario de una forma evidente en La infancia de Alan, pero todo está medido con una sabiduría infinita: la capacidad para variar en el grado justo el estilo de dibujo, el enfoque de la narración y el diseño de la página hacen que siempre consiga dar el matiz adecuado, y que de pronto haya una profundidad casi líquida en sus páginas. Guibert hace más grande el cómic, y me alegro muchísimo de que Alberto García Marcos pudiera entrevistarle para Supercómic.

«Hokusai», Shotaro Ishinomori


Una de las cosas maravillosas del cómic en España ahora mismo es cómo ha crecido el manga desde sus inicios. Y el progreso también se ha producido tanto en los contenidos y tendencias como en las formas. Por ejemplo, Planeta-DeAgostini está reeditando dignamente esa Obra Magna que es el Fénix de Tezuka (y recomiendo vivamente otro Tezuka inminente que va a salir en Astiberri, El libro de los insectos humanos). De un autor que en cualquier parte del mundo es experimental y hasta marginal, como Shintaro Kago, se han publicado cuatro (¡cuatro!) libros en un año, tres desde la última vez que estuve en España, en agosto pasado (todos ellos en EDT). No sé si esto puede ser incluso un tanto excesivo. He probado también las primeras entregas de dos mangas para adultos prometedores y muy divertidos, ambos publicados por Norma: I am a Hero de Kengo Hanazawa y Thermae Romae, de Mari Yamazaki. El primero plantea un apocalipsis zombie donde el superviviente es un mangaka, y el segundo tiene un punto de partida aún más demencial: un arquitecto de termas de la época de Adriano realiza viajes fantásticos al Japón moderno, donde aprende técnicas para construir baños que aplica en la Roma imperial cuando regresa a su propio tiempo. No voy a extenderme sobre ellos, sin embargo, porque con apenas unos primeros capítulos no basta para tomar toda su medida a un manga, pero espero ponerme al día con ambas series en mi próxima visita a España.

Visto esto, el plato fuerte de manga que me he tragado durante estas semanas ha sido Hokusai (EDT) de Shotaro Ishinomori. Es decir, uno de los grandes clásicos del cómic japonés contando la vida del artista del siglo XIX que dio origen a la palabra manga. Para muchos, conocido sobre todo por su famoso grabado de la ola delante del Fuji. El volumen sobrepasa las 600 páginas y es un ejemplo excelente de cómo el manga industrial somete a sus propios códigos cualquier historia para reconvertirla en una epopeya de lucha, sufrimiento y sacrificio, en este caso centrada en la búsqueda de una gran verdad artística por parte del protagonista, que se reinventa continuamente a través de nuevos estilos y nuevos nombres, los cuales asume para cada fase distinta de su vida creativa. Pero cuando digo que la historia se somete a los códigos de la industria no quiero decir que eso la rebaje. El talento narrativo de Ishinomori es tal que utiliza ese cauce para reforzar su relato, y lo que acaba haciendo es una reintrepretación del mito del artista como héroe tan poderosa que a menudo resulta hasta violenta. Me ha resultado una lectura especialmente curiosa ahora porque estoy enfrascado en mi propia biografía de artista, en compañía de Javier Olivares, y no podía evitar comparar las decisiones tomadas por Ishinomori con las que tomamos Javier y yo. Evidentemente, nunca podríamos hacer nada parecido.


«Esperando a Jean Michel», Chema Peral

«Pulir», Nacho García



Alberto Blázquez


«Usted» nº 7, Esteban Hernández



«Zendor», Jon Boam


Pero aunque España es un escaparate magnífico para el cómic internacional de ahora mismo, si hay algo que me hace ilusión encontrarme cuando vuelvo es, precisamente, el cómic español de este momento. Por empezar por lo más crudo, la escena de fanzines está tomando una inercia muy interesante. Ha salido un Colibrí nuevo, el fanzine-referencia editado por Toni Mascaró y Sergi Puyol, en esta ocasión con el deporte como tema central, y Apa-Apa sigue enarbolando la bandera de la independencia sin compromisos a través de sus deliciosos minitebeos grapados. Bueno, no tan minis, porque tanto Dictadores, un delirio doble compartido por Sergi Puyol (Francisco) e Irkus M. Zeberio (Leopoldo) como Esperando a Jean Michel, el primer tebeo largo de Chema Peral, tienen mucha enjundia. De Peral, en concreto, hacía tiempo que esperaba cosas nuevas, y esta extraña fantasía de resurrecciones musicales científicas protagonizada por Jean Michel Jarre no me ha defraudado en absoluto. Otro veterano del fanzinismo es Esteban Hernández, un autor ya con varias novelas gráficas publicadas y hasta premiadas (Pintor, El duelo) que se mantiene fiel a sus orígenes con Usted, del que ha publicado ya su séptimo número. A Esteban siempre le he visto un talento innegable y un dibujo muy personal, pero con frecuencia tenía problemas para implicarme demasiado en sus historias, tal vez porque me parecieran un punto demasiado enrevesadas, y no hablo sólo del guión. En este Usted nº 7 le he visto sin embargo más suelto y natural, más a gusto en su personaje-autor que se dirige directamente al lector para presentarse con un disfraz de sinceridad. Una rara avis que conseguí en La Central de Callao previa recomendación de David Rubín es un opúsculo titulado Zendor de Jon Boam. No se puede considerar ni siquiera cómic, sino más bien un catálogo de personajes y escenarios galácticos que tiene mucho de primitivo cósmico y que muestra un talento imaginativo desbordante. Ojalá en el futuro se enfoque hacia el cómic de forma más decidida, porque sospecho que podría darnos páginas alucinantes. En el estadio cero del fanzinismo, por llamarlo así, es donde se encuentra Alberto Blázquez, de quien conseguí un par de fanzines gracias a la amabilidad de Manuel Bartual, quien me los trajo del MEA (Maravilloso Encontronazo de Autoedición). Blázquez es la reencarnación del autor heavy callejero de principios de los 80 con una exactitud casi de reconstrucción arqueológica. «Inquisición, rumba y otros devenires» es el lema que preside su tumblr, pero creo que su mejor presentación es la colección de postales sobre el mercado de Antón Martín. Leed el artículo y, sobre todo, no dejéis de ver el vídeo: El mercado de barrio que se convirtió en dibujos.


«Pulir», Nacho García


Pulir (Fulgencio Pimentel), de Nacho García, por su parte, no pertenece en puridad a este grupo de fanzines, pero he querido asociarlo con ellos porque de alguna manera comparte su espíritu libre y lúdico. Para mi sorpresa, me he encontrado en varias conversaciones en las que se cuestionaba Pulir como un hype exagerado por parte de la prensa especializada. En realidad, creo que tan sólo ha habido dos reseñas que hablen de Pulir, la de Gerardo Vilches en Entrecomics y la de Miguel A. Pérez-Gómez en la Revista Laraña. Que parezcan excesivas dice más de la pobreza del actual escenario de la crítica especializada en España que de que estos críticos en particular se hayan vuelto locos. Y eso que en Pulir hay mucho con lo que volverse loco. Creo que es importante decir en primer lugar que Pulir no es un libro de cómic ortodoxo, sino más bien un manojo de ilustraciones, dibujos caprichosos, chistes, textos y sí, también historietas. Algo en la onda de los libros que publican con bastante frecuencia en el extranjero artistas tan conocidos como David Shrigley y que a mí me hace pensar también en algunos títulos de Marc Bell o de autores de una editorial tan conocida en Mandorla como Picturebox: por ejemplo, Jonny Negron o C. F. (su reciente Mere encaja completamente con este modelo). Pero diré más: a mí me ha hecho acordarme de otros hitos del cómic español reciente, como El pie frito de Calatayud o las historietas de Javier de Juan. Y no porque se parezca al uno o al otro, que no tiene nada que ver con ellos, sino porque respira esa misma informalidad y heterodoxia a la hora de afrontar la página, esa mezcla de técnicas del primero y ese humor socarrón y un poco castizo del segundo, aunque en este caso pasado por el filtro de la generación autista: lo que en Javier de Juan eran escenas de terrazas callejeras son aquí vapores de pop infantil. Sea como sea, quiero pensar que existe en España ahora mismo un horizonte para libros de humor (porque no podemos perder de vista que éste es un gran libro de humor) tan poco convencionales como éste. Ojo, que no digo que lo haya, sino que quiero pensar que lo hay. Y sólo saldremos de dudas si gente como Nacho García sigue publicando.


«Alter y Walter», Pep Brocal


Una de las grandes noticias de estos últimos meses ha sido el regreso de Pep Brocal, a quien en alguna ocasión llamé un dibujante secreto. Lo seguía desde los tiempos de Mr. Brain, hace ya toda una vida, pero parecía que se había perdido para la causa del cómic con el cataclismo de la historieta española de finales de los 90. Entrecomics Comics se ha encargado de rescatarle con un volumen que es un escándalo: Alter y Walter. Parece mentira que una editorial pequeña y novata pueda publicar libros tan suntuosos como éste, que incluyen hasta su lomo de tela en la tradición noble francobelga. Es de esa tradición de la que parecía venir Brocal, pero los años de exilio en el mundo de la ilustración y el grabado (especialmente en madera) le han hecho armarse con otras herramientas gráficas, y el Pep de Alter y Walter, aunque conserva su inconfundible huella personal, pues el dibujo es como una caligrafía, me recuerda más a las vanguardias históricas de entreguerras, con el maravilloso George Grosz a la cabeza. El despliegue plástico de Brocal en este libro no tiene prácticamente comparación con nada que se haya publicado en España recientemente, y está al servicio de una historia de crisis y búsqueda personal que ya tiene una larga tradición entre los mejores dibujantes internacionales (desde el desierto del Mr. Natural de Robert Crumb hasta el «Desierto B» de Moebius) y muy especialmente entre algunos nacionales de los últimos años. Estoy pensando en el Súper Puta de Manel Fontdevila, el Vapor de Max o incluso el Yo de Juanjo Sáez. El camino que elige Brocal pasa por un simbolismo psicologista que a veces no renuncia a chapotear en lo obvio, pero se redime con un final perturbador y lleno de misterio. En todo caso, en la obra de un dibujante hay que atender más al dibujo que a la percha de guión sobre la que se cuelga, y en ese sentido mi impresión es que Brocal ha elaborado a fuego lento este Alter y Walter a lo largo de muchos años, tal vez de toda su carrera, para finalmente purgarse de él y renacer, limpio y descargado de su propia historia, convertido en un dibujante nuevo fabricado con las cenizas del viejo. En cierta medida siento como si éste Alter y Walter no fuera la última obra de Brocal, sino la primera, y que su verdadero regreso será su próximo título. Que espero no tarde en llegar, porque si algo ha hecho Alter y Walter es confirmar lo que ya sospechábamos desde hace muchos años: que posee todo lo que necesita poseer un historietista mayúsculo.


«Sólo para gigantes», Guillem Martínez y Tyto Alba


Otra gran novela gráfica española que debería ayudar a confirmar a su autor como uno de los historietistas destacados del momento actual es Sólo para gigantes (Astiberri), de Tyto Alba, que adapta una novela de Gabi Martínez (no tengo claro si la labor de adaptación ha sido realizada conjuntamente o si Alba ha trabajado por su cuenta sobre el texto original de Martínez). Alba publicó hace unos años en Glénat un par de novelas gráficas que me entusiasmaron: El hijo (con Mario Torrecillas) y, muy especialmente, Santo Cristo (con Mario Torrecillas y Pablo H.), y desde entonces no ha dejado de sumar títulos a su trayectoria. En estos meses ha añadido dos, uno de los cuales no me ha vuelto loco (el western Dos espíritus). Sin embargo, Sólo para gigantes lo he leído con verdadera pasión. La historia de un hombre que salió a buscar al yeti y acabó perdiéndose en sí mismo es una especie de Lawrence de Arabia moderno y de las montañas, y pide un tratamiento complejo que Martínez-Alba saben sacar adelante con efectividad y sin alardes que distraigan. La alternancia de diversos puntos de vista y tonos narrativos tiene la naturalidad de una textura donde se superponen orgánicamente las capas, y eso se refleja también en un dibujo rápido, casi urgente, pero muy denso y expresivo.

«Nela», Rayco Pulido

De todas las novelas gráficas españolas que se han publicado durante estos meses, la que más me ha impresionado, sin duda, ha sido Nela (Astiberri) de Rayco Pulido. El canario es un autor de talento indiscutible que llevaba muchos años dando vueltas, en solitario o con ayuda de guionistas (Hernán Migoya y David Muñoz) en busca de algo que creo que no acababa de encontrar. Pulido pertenece a una estirpe de historietistas cerebrales para los que la reflexión es tan importante como el dibujo, y ese camino esconde serios peligros. Sobrepensar las obras a veces nos puede llevar a matarlas, y hay un punto de equilibrio entre lo intelectual y lo intuitivo que cuesta mucho alcanzar de forma natural. En ese sentido, creo que Nela es su obra más densa, al menos desde el punto de vista del trabajo de reflexión sobre la historieta que contiene. Tal vez el hecho de que sea una adaptación de un clásico literario español, la Marianela de Benito Pérez Galdós, haya ayudado a Pulido a concentrarse en el esfuerzo de expresión, sintiéndose seguro de que el material de base no le iba a fallar. Fuera como fuese, a medida que iba leyendo Nela tenía una sensación muy rara: me sentía casi conmovido por el enorme trabajo del historietista, por el evidente cuidado de la puesta en página, por lo meditado de cada solución para transformar en cómic algo que básicamente es un torrente de diálogos decimonónicos, que hoy en día nos suenan desfasados y que sin embargo Pulido ha convertido meramente en peculiares gracias a su tratamiento gráfico plenamente hipermoderno. En realidad, que diga que me conmovía el trabajo como autor de Pulido es un tanto injusto, porque da a entender que ese trabajo está en muy primer plano, cuando es justo todo lo contrario. Me parece obvio que Pulido se ha esforzado mucho por poner todas sus herramientas al servicio de una narración invisible, pensando en cómo conseguir que un lector del cómic entienda plenamente la historia sin ser consciente de lo que está leyendo. Ocurre simplemente que como yo me dedico a esto me doy cuenta de que Nela está lleno de páginas de aparente sencillez que en realidad están calculadas hasta el último trazo del fondo para conseguir el efecto que buscan. El trabajo que Pulido ha desarrollado en Nela no sólo es brillante, sino agotador, porque no se ha dado tregua ni se ha concedido atajo. Si hay un libro al que quiero volver en el futuro para releer y hasta estudiar es éste: se puede aprender mucho de él. Recomiendo además vivamente la lectura del blog de Rayco Pulido donde explica muchísimas de las claves del proceso de trabajo de Nela: Nunca trabajes solo.


«Mox Nox», Joan Cornellà

Podría seguir mencionando muchos títulos (y tal vez debería), pero estoy casi convencido de que si alguien ha llegado hasta aquí, sentirá el impulso de decirme que vaya abreviando, así que no me extenderé sobre tebeos tan interesantes como Éxito para perdedores (Astiberri) de David Cantolla y Juan Díaz-Faes, que es una crónica en primera persona del auge y caída de las punto com a la vez que un manual de autoayuda en clave de cultura empresarial, o sobre las dos primeras entregas de la nueva colección de Astiberri Leyendas Urbanas, que son Videojuegos de David Sánchez y Conspiraciones de José Domingo, dos libritos donde ambos autores demuestran que en este momento son talento puro en pleno estado de forma, o sobre El fuego (¡Caramba!), que es tal vez lo mejor que le he leído a Miguel B. Núñez y que encajaría perfectamente en el catálogo de las más avanzadas editoriales norteamericanas. Lo que haré será mencionar mis tres cómics favoritos de todos los que he leído durante estos días.

El primero de ellos es Mox Nox (Bang) de Joan Cornellà. De Cornellà escribí en Mandorla, cuando salió Abulio (Glénat, 2010) que «no está todavía ahí, pero está llegando». Y en efecto, ya ha llegado y cómo. El Cornellà de hace unos años tenía la materia prima, pero no la forma. Seguía con brillantez la estela de Paco Alcázar y otros humoristas modernos, pero su voz no acababa de distinguirse. Y de pronto, encontró el camino: una serie de historietas pintadas mudas, estéticamente luminosas y moralmente sombrías, que le han proyectado como figura internacional. El material está disponible en su web, así que cualquiera puede comprobar si le hace gracia o no: el blog de Joan Cornellà. Con Molg H., Nacho García, Alberto González Vázquez y otros, Cornellà puede formar una constelación de nuevo humor español que renueve un panorama a veces muy tradicionalista. Mox Nox ha cruzado el charco conmigo porque es un libro que quiero tener cerca para releerlo constantemente, hasta que deje de causarme el extraño efecto que ahora mismo me causa.

«Esto se ha hecho mil veces», Xabi Tolosa


Esto se ha hecho mil veces (¡Caramba!) es el debut de Xabi Tolosa como historietista. Tolosa es un joven actor que en sus ratos libres se ha dibujado un blog autobiográfico donde se pueden leer las páginas que componen este libro. Esto se ha hecho mil veces, como ya anuncia su título, renuncia a toda pretensión: está dibujado a boli sin ningún refinamiento artístico, y en su acumulación de texto y rótulos recuerda a las anotaciones que de escolares hacíamos en nuestros cuadernos cuando quedaba un hueco vacío. Cada página es autoconclusiva, y puede tratar cualquier tema, desde viñetas de realidad cotidiana hasta memorias (infantiles o juveniles, dada la edad del autor) de Tolosa. Pero bajo este aparente amateurismo, lo que te atrapa es la calidez de la personalidad de Xabi, la autenticidad insoslayable de su voz, transmitida de forma muy directa por unos textos que, a pesar de lo que parece, están maravillosamente bien escritos, y unos dibujos que, a pesar de lo que parece, están maravillosamente bien hechos. Xabi Tolosa es un narrador natural, y proyecta un aura de ingenuidad desarmante que, sumado a la densidad de cada página de Esto se ha hecho mil veces, producen el raro milagro de transportarte completamente a otro lugar durante la lectura de su libro. Esto se ha hecho mil veces  es el  típico cómic que dentro de la cultura del cómic parece marginal y hasta underground, pero que fuera de la misma debería alcanzar un público amplio, porque no necesita códigos previos para ser entendido. Sólo necesita que su lector sea una persona. O tal vez incluso un gato.


«Grandes verdades de la humanidad», Carlos de Diego


El otro libro que me he traído a Estados Unidos a pesar de haberlo leído ya es Grandes verdades de la humanidad (¡Caramba!), de Carlos de Diego. Y digo esto como referencia del valor que le doy, ya que cada gramo que entra en mi maleta cuando me subo al avión es valiosísimo. No puedo desperdiciarlo con material que no necesite. ¿Para qué necesito tener cerca un tebeo que ya he leído? Bueno, no lo sé realmente, pero sé que lo necesito. No me quiero alejar físicamente de este espléndido álbum de tapas flexibles publicado exquisitamente por mis queridos Manuel Bartual y Alba Diethelm, porque en cualquier momento puedo sentir la necesidad de releerlo de principio a fin.

Grandes verdades de la humanidad es un conjunto de 48 planchas que se continúan unas a otras con el mecanismo de continuará de las series de prensa clásicas. Como ocurría en aquellos culebrones de aventuras, aquí el argumento se desarrolla sobre la marcha, partiendo de un cliffhanger para llegar a otro, y así sucesivamente, pero la lógica que guía el despliegue de los acontecimientos es completamente histérica. Todo tiene un sentido escrupuloso, pero todo es a la vez descabellado. Es como si los mecanismos de la narración hubieran olvidado su sentido y encontraran un fin en su propia reproducción, exacerbando todo hasta el absurdo, pero sin dejar de funcionar en ningún momento.

Carlos de Diego posee una técnica singular: recorta rostros esterotipados de cómics antiguos y los pega sobre sus monigotes, a veces retocando sus ojos. En esta entrevista con Absence identifican al protagonista con el Superman de Curt Swan, cosa que ya me había parecido reconocer a lo largo de todo el libro, añadiendo una capa más de perturbación a la lectura. Lo que consigue Carlos de Diego con esta técnica, además de con el uso tan preciso de la retórica del continuará, es enviarme en un viaje de regreso a una versión trastornada de mi propia infancia. Leyendo Grandes verdades de la humanidad no podía evitar acordarme de los cómics del Hombre Enmascarado que publicaba Vértice en los 70. Me refiero a los que recopilaban tiras de prensa, tres o cuatro en cada página. Yo no sabía de dónde procedía aquel material, pero era evidente que había algo en su forma que lo hacía distinto del resto del material que publicaba Vértice. Por un lado, estaba la extraña rigidez en el diseño de página (nunca había viñetas verticales, ni viñetas-página, y la calle horizontal entre tiras era de un grosor anormal), y por otro estaba la desconcertante reiteración de la información varias veces por página. Si cada tira tenía tres o cuatro viñetas, la primera estaba siempre consagrada a recapitular la información procedente de la tira anterior, y la última era reiterada en la primera de la siguiente tira. De Diego recupera exactamente ese mismo ritmo insistente, que produce una especie de nerviosismo irritante a la vez que un adormecimiento hipnótico, y lo explota con enfáticos subrayados emocionales que provocan la hilaridad. El delirio, viene a decirnos este libro, es la Gran Verdad de la Humanidad.

Pero ese viaje al pasado (de los cómics, y mío personal también) tiene otro lado. Junto con los mecanismos del cliffhanger tradicional, De Diego también retoma dos modelos de representación que en los cómics de Bruguera de los años 70 y 80 convivían, aunque sin mezclarse jamás: la caricatura cómica de la escuela de humor clásica y el retrato realista de los cómics de aventuras, generalmente importados de Europa o de agencia, y que practicaban un estilo estandarizado que encaja con el del Superman de Curt Swan, un estilo comercial casi propio de la publicidad. Lo que ocurre es que aquí De Diego hace que ambos estilos se mezclen, aplastándose el uno sobre el otro, como si en las páginas de un Super Pulgarcito se hubiera producido una explosión nuclear que hubiera fundido unas series con otras y de la fusión de Mortadelo y Filemón con Blueberry hubiera surgido la extraña raza de personajes alucinados que puebla las páginas de Grandes verdades de la humanidad.

Podría escribir mucho más sobre Grandes verdades de la humanidad, y amenazo con hacerlo en el futuro, pero voy a dar un respiro al lector que haya llegado hasta aquí (si es que existe tal) y voy a ir cerrando. En la entrevista que he enlazado más arriba se dan, además, otras claves interesantes. Sólo quiero mencionar una última cosa: la portada, con un diseño propio de una página de publicidad de los años 50, donde prima la tipografía sobre la ilustración, promete grandes emociones que la contraportada desmiente, revelando la cruda verdad que se oculta bajo los ditirambos comerciales. Es una estrategia de autodesprecio cómico que me recuerda mucho a la que aplica Chris Ware en sus propias publicidades falsas (véase el artículo de David M. Ball en Supercómic). No me extrañaría que De Diego fuera consciente de esto, pues sus historietas le revelan como un profundo conocedor del cómic moderno, con citas expresas que van desde Sergio García hasta Shintaro Kago.

Hasta aquí el repaso breve, fugaz, mínimo acaso, de unas semanas en Madrid. Como habrá observado el lector más sagaz, ni siquiera he mencionado ningún tebeo americano. La razón es que de estos ya hablo suficientemente de forma habitual, y no necesito volver a España para acceder a la producción de Estados Unidos, así que he preferido dejarlos fuera. Pero un verdadero paisaje completo de la oferta viñetera española durante estos últimos meses habría tenido que incluir unos cuantos títulos americanos, desde el extraordinario Grandes preguntas (Sinsentido/Fulgencio Pimentel) de Anders Nilsen, a La cuerda del laúd (Fulgencio Pimentel), el tomo 3 del Frank de Jim Woodring, o el MetaMaus (Random House Mondadori) de Art Spiegelman. Incluso han empezado a aparecer los títulos de Marvel NOW, de los cuales sigo unos cuantos ahora mismo (Daredevil, Ojo de Halcón, Thor, Nueva Patrulla-X, FF y algunos más). Pero como mis fieles lectores saben, yo soy amigo de la mesura y la concisión, y sigo a rajatabla el dictado de que en internet los textos han de ser breves, cuanto más breves, mejor. Incluso dejando fuera la producción americana, creo que ha quedado claro que ahora mismo en España se publican más tebeos excelentes de los que uno puede leer.

Al menos en cuatro semanas.


lunes, 10 de junio de 2013

WATCHMEN


WATCHMEN
Alan Moore y Dave Gibbons
Norma

Dice mi parienta que con esta reseña voy a montar polémica porque Watchmen es el tebeo favorito de todos los frikis. Ella sabrá por qué dice lo de los frikis, y yo, desde luego, no me opongo a una sana polémica de vez en cuando. Pero debo confesar que no era ésa mi intención original cuando aproveché la reedición de Norma para abordar la relectura de este fetiche juvenil. Como buen friki, quise recuperar las sensaciones y emociones encendidas que me había producido la primera e indeleble lectura del tebeo, y al final me tuve que conformar con comprender de forma racional y fría que Watchmen estaba diseñado con la mayor perfección para impresionar a un friki de 18 años, ansioso de materiales que renueven y reafirmen una obsesión privada y algo vergonzosa. Watchmen era eso entonces: un tebeo para niños que se hacía adulto al mismo tiempo que sus lectores. La gratificación personal que eso proporcionaba, la posibilidad de no renunciar a los superhéroes en circunstancias vitales que cada vez los hacían más extraños -el trabajo, la universidad, el sexo o sus proximidades- no se puede entender si uno no es un friki, y produce una deuda de gratitud eterna. Yo la conservaré siempre. Pero leer Watchmen quince años después me ha hecho acordarme menos de El Regreso del Señor de la Noche y los tiempos gloriosos del 86 que de los tebeos que Alan Moore hace hoy en día.

Watchmen se parece mucho a Tom Strong, a Promethea, a Supreme, a The League of Extraordinary Gentlemen. Se parece en la obsesión nostálgica y fetichista: la recuperación de motivos infantiles o juveniles, materializada en el reciclaje de viejos personajes a los que apenas se disfraza para jugar con ellos a gusto. Si Supreme es Superman, si Promethea es Wonder Woman y Tom Strong es Doc Savage, los vigilantes de Watchmen son los antiguos héroes de la Charlton, los cuales iban a protagonizar expresamente la serie hasta que dirección editorial de DC lo prohibió porque tenía planes para ellos. El Dr. Manhattan es el Capitán Atom, el Búho Nocturno es Blue Beetle, Rorschach es the Question, el Comendiante es Peacemaker, Espectro de Seda es Nightshade (aunque según Moore, sólo es «una superheroína genérica», lo cual dice poco de su concepto de las mujeres) y Ozimandias es Peter Cannon, Thunderbolt. Este truco siempre le ha dado buen rendimiento creativo a Moore: le permite explotar la identificación instantánea del lector con modelos que reconoce instintivamente y al mismo tiempo puede jugar con los personajes de una forma que le estaría vedada si fueran los originales. Le ahorra mucho trabajo y le da más libertad que a cualquier guionista que tenga que apechugar con el episodio mensual de JLA o Vengadores. Watchmen también se parece a los tebeos actuales de Moore en su obsesiva e irónica revisión de la historia del comic book, en la cual parece querer desentrañar alguna clave oculta, quién sabe si de carácter mágico o meramente nostálgico. Las constantes recreaciones de las distintas edades y estilos de la historia del cómic tan presentes en Tom Strong o Supreme, son también uno de los sustratos de Watchmen (véase de forma obvia el capítulo II). El juego le lleva a imaginar que en un mundo donde existen los superhéroes, el público consume otro tipo de tebeos, aplicando así la premisa de partida de Watchmen -el realismo- a una historia ficticia del medio, que es idéntica a la verdadera hasta los años 50. La aparición pública del Dr. Manhattan en 1960 -no casualmente, el año que vio debutar a la Liga de la Justicia de América y que confirmó la llegada de una Edad de Plata del cómic americano a hombros de los superhéroes- modifica el mundo en todas sus facetas, pero Moore dedica una atención especial a ese efecto secundario que tiene sobre la industria editorial. Nos dice claramente que el público de los tebeos quiere leer siempre sobre lo que no existe, quiere evadirse. Si los superhéroes son reales, preferirá leer sobre piratas, por ejemplo. De ahí nace la historieta «Encallados», un tebeo dentro del tebeo, recurso que Moore repite constantemente en sus títulos más recientes, así como otras piruetas metalingüísticas también presentes en Watchmen, principalmente, los textos añadidos al final del cuadernillo.

Obviamente, no son esos textos añadidos y esas historietas insertas los recursos que más fama dieron a Watchmen. Al fin y al cabo, ¿quién se lee de verdad los peritajes sobre el impacto de Manhattan, los artículos del Búho sobre ornitología o los folletos de Ozimandias? ¿Cuántos no se saltan directamente las viñetas de la historia de piratas a medida que ésta cada vez interfiere más en el avance de una trama que se precipita hacia su desenlace? No, son otro tipo de recursos narrativos los que hicieron que Watchmen fuera saludado como la Gran Obra Maestra de Todos los Tiempos (creo que no exagero ni pizca).

En realidad, ese otro tipo de recursos está presente en Watchmen de forma tan manifiesta, que la obra casi parece un catálogo de herramientas, una de esas historias genéricas y leves que se pergeñan con el único objetivo de mostrar todo lo que puede ofrecer un medio. Es como si el principio rector fuera un intenso deseo de hacer todas aquellas cosas que puede hacer específicamente el cómic. Empezando por el diseño de página -calculadamente medido para que el guionista pueda marcar el ritmo con la precisión que le interesa- y siguiendo por el diseño del soporte -desde la portada hasta la contraportada-, hasta culminar en planificaciones tan complejas como la del capítulo V, completamente simétrico, cuyo terrible eje nos está mostrando el corazón del enigma. Pero, sin duda, si hay un recurso presente en Watchmen y explotado hasta la saciedad es el juego del doble sentido entre el texto y la imagen, la utilización de signos que se refuerzan o contradicen, según el caso, y que aumentan la densidad de la lectura al obligar a una comprensión polisémica de cada viñeta. Es algo presente ya en la primera página, con el diario de Rorschach superpuesto a la imagen que se aleja de la acera ensangrentada, y que no dejará de repetirse en toda la obra. A veces, intercalando los diálogos de dos escenas que se alternan -en ese primer episodio, la conversación entre los policías y el flashback del asesinato del Comediante-, a veces alternando dos planos de la misma escena -el polvo frustrado de Dan y Laurie en el sofá, que se comenta irónicamente con las acrobacias televisadas de Ozimandias-, a veces imbricándolo con flashbacks desordenados hasta llevar al delirio el juego formal -como en el aclamado capítulo IX-. Este afán por jugar con los subrayados y los contrastes entre imagen y texto puede llegar a absurdos como la viñeta 3 de la página 9 del capítulo III, en la que Laurie termina una frase en la que estaba diciendo que «las personas somos sombras...» con una diálogo que dice: «Sólo sombras entre la niebla», mientras el vapor de la cafetera oculta su rostro. Lo que quiero decir es: ¿hace falta tanto refinamiento para ser tan obvio? Es más difícil y más efectivo escribir de forma sencilla que con una retórica recargada, y los recursos narrativos más sabiamente empleados son aquellos que no se notan. De lo contrario, más que al servicio de la historia, parece que estén al servicio del ego del autor, empeñado en demostrarnos constantemente lo listo que es. Por no salir de este U, ¿acaso hay menos trabajo formal en la utilización de los flashbacks en El Señor Jean, o en la manipulación de mastodónticas líneas argumentales en Adolf, o en la utilización de un vehículo pulp para reflexionar sobre temas de índole psicológica que hace Blanco Humano? Los tres tebeos son técnicamente espléndidos, aunque menos deslumbrantes. La profusión de juegos formales que ofrece sin respiro Watchmen acaba por hacer farragosa la lectura, al distraernos de lo que de verdad importa para hacer que nos fijemos en los fuegos artificiales. Acabamos más pendientes de cómo se nos cuenta que de lo que se nos cuenta. A veces dan ganas de zarandear al guionista y gritarle: «¡Vale ya, tío! ¡Ahora estate quietecito un rato y déjame disfrutar de la historia!»

Pero puede que ésa sea precisamente la intención de Moore: que no nos fijemos demasiado en la historia, que ésta nos pase desapercibida entre la tramoya y las acrobacias del narrador. Porque si no nos dejamos engañar por los trucos del guionista y vamos directamente al grano, tenemos que admitir que la historia desnuda de Watchmen es muy... muy cutre. Con la premisa argumental -parece que podría haber alguien eliminando a los héroes- y la presentación ordenada y sucesiva de los personajes, se nos consumen tres cuartas partes de la obra en lo que tradicionalmente se llama el planteamiento. El nudo, todo el nudo de Watchmen, se concentra en el capítulo X, y consiste en que Rorschach y el Búho, absolutamente desorientados y sin pistas, se meten en un bar, aporrean a un soplón genérico y consiguen la información que les hace visitar a Ozimandias (aunque todavía no sospechan de él). En el solitario despacho de Ozimandias (¡al que acceden sin superar ninguna medida de seguridad!) y en el ordenador personal de Ozimandias (¡¡a cuya información acceden tecleando como clave el nombre egipcio de Ozimandias!!) descubren los planes supersecretos de su ex-colega y destapan el pastel. Hala, liquidado. Ahora, vamos a la base secreta en la Antártida, que nos quedan dos capítulos y hay que ir recogiendo. Reconocerán que es como para poner en duda la fama de Ozimandias como «hombre más listo del mundo», ¿no?

A partir de aquí -es decir, a partir de que entramos en contacto directo con la trama- las cosas van de mal en peor. Resulta que lo que tanto miedo daba al Comediante era un plan de serie B -con monstruo psíquico extraterrestre incluido- orquestado por un villano de opereta a los Ra's Al Ghul que está decidido a salvar el mundo aunque sea a costa de destruirlo. La idea de que cargarse a la mitad de la población de Nueva York con un ataque extraterrestre falso vaya a unir a la humanidad es otro argumento de peso para poner en duda la tan cacareada inteligencia de Ozimandias. Lo peor es que no se le ocurrió a él. Se le ocurrió a Alan Moore.

Por supuesto, se puede argumentar que lo importante ya no es sólo la historia o el cómo se cuenta, sino lo que simbolizan los personajes. Que estos pintan un retrato complejo de la personalidad heroica reflejando cada uno de ellos una de sus facetas. El Dr. Manhattan sería el superhombre, el Comediante, el soldado, Rorschach, el héroe puro -o sea, un loco en el mundo real-, Ozimandias el héroe demoníaco... Pero esta idea está más que trillada en los cómics, y en otras ocasiones se ha explorado de forma más completa y orgánica, con mayor naturalidad. Sin salirnos de este U, por ejemplo en el Roco Vargas de Daniel Torres.

Es curioso cómo Moore, que nunca ha rehusado comprometerse políticamente en sus obras desde un punto de vista progresista, acabe cayendo en su propia trampa al hacer de Rorschach el personaje más carismático de toda la serie, el más entrañable, el único héroe verdadero. En Watchmen, Rorschach es un fascista. En realidad, lo que ocurre es que Rorschach es un héroe de Miller -un héroe puro, romántico- transplantado a un entorno realista, político. Ésa es una de las grandes diferencias entre El Regreso del Señor de la Noche y Watchmen: la obra de Miller no se interesa por la política; la de Moore es todo política. En Watchmen, Rorschach no puede sobrevivir, en ese mundo su existencia es inviable (¿no acaban muriendo de una u otra forma todos los héroes de Miller?). En El Regreso del Señor de la Noche, cualquier personaje de Watchmen, con su sensatez y su compromiso político, sólo podría ser el peor villano. Al final, curiosamente, el realismo pesa menos que la mitificación para dotar de contenido humano a los personajes. Pasados los años, Watchmen resulta demasiado intelectual y premeditado. El Señor de la Noche sigue siendo enternecedoramente apasionado.

Es cierto: los años no le han sentado bien a Watchmen. Su brote de formalismo barroco fue útil y necesario en su momento, pero a estas alturas ya debería haber sido superado. Debemos preguntarnos por qué no ha sido así. Aunque no tengo ninguna fe en que no se me malinterprete, haré un esfuerzo por aclararlo: no es mi intención cargarme Watchmen -como si pudiera-. Quien no lo haya leído, debería correr a leerlo ahora mismo, si se considera interesado por los tebeos, americanos o no. Watchmen hay que leerlo y experimentarlo por uno mismo, y forma parte indiscutible del bagaje histórico del medio. Y el friki que firma esto se comprará religiosamente la segunda parte cuando salga, el día que Moore diga que siempre quise hacerla y ahora las circunstancias han cambiado, como ya ha dicho Miller con El Señor de la Noche, y hasta es posible que pique con las figuritas de plástico. Porque uno es friki, sí. Pero, caray, por lo que me pagan, tampoco voy a ser tan falso como para no decir lo que pienso, aunque me duela.

Para acabar, dos cosas. Lo que se agiganta con los años es el soberbio trabajo de Dave Gibbons. Eficaz, fotográfico, sumiso al yugo del guión. Gracias a su humildad, a su capacidad para «borrar» su estilo, en Watchmen se hace invisible lo visible (el dibujo) y visible lo invisible (el guión). Eso descompensa la obra, sí, pero es lo que le pedía el guionista.

La nueva edición de Norma refleja lo que es el mismo tebeo: impresionante por fuera, pero algo escasa de peso por dentro. Un libro precioso, impreso maravillosamente en buen papel, a un precio más que razonable. Pero escamotear a estas alturas una miserable introducción no es de recibo cuando se trata de una obra con una importancia histórica como es ésta, y cuando hay abundante material complementario que podía haber enriquecido el libro, convirtiéndolo en una verdadera «edición definitiva».

Reseña firmada como Trajano Bermúdez y publicada originalmente en U #21 (septiembre de 2000). 

En el texto se hace referencia a otros contenidos de ese mismo número de U. Explico cuáles son: una reseña de El señor Jean, el amor, la portera, de Dupuy y Berberian, escrita por Pepo Pérez, una reseña de Adolf, de Osamu Tezuka, escrita por Óscar Palmer, y una reseña de Blanco Humano, de Peter Milligan y Edvin Biukovic, escrita por Pepo Pérez de nuevo. La referencia al Roco Vargas de Daniel Torres tiene que ver con que el tema de portada de ese número era precisamente Torres, con entrevista al autor y repaso a toda su obra.

¿Por qué he recuperado esta reseña de hace trece años, que hoy en día desde luego que no escribiría así? La culpa es del inminente estreno de Man of Steel. Los tráilers de la nueva película de Superman han hecho que quisiera revisar Watchmen, una de las películas anteriores de Zack Snyder, el director de la nueva producción del kryptoniano. Y la (catastrófica, añado) revisión de Watchmen me ha hecho acordarme de esta reseña. Me ha hecho gracia encontrarme con algunas ideas al revisarla. Por ejemplo, Watchmen como catálogo de herramientas me ha hecho pensar que en ese sentido fue al cómic de superhéroes lo que luego sería Asterios Polyp de David Mazzucchelli a la novela gráfica (aunque el impacto de ésta ha sido indudablemente menor). También me he acordado de lo diferente que era el escenario del cómic hace apenas trece años, y casi me conmueve la ingenuidad con la que me planteaba ciertas cuestiones. Esta última década nos ha cambiado mucho, de eso no cabe duda. Una de mis partes favoritas de la reseña es la mención final a la inevitable segunda parte de Watchmen que Moore acabaría realizando tarde o temprano. Desde luego, ahora sabemos que Moore no la haría nunca (¡o al menos no la ha hecho todavía!), pero esa secuela sí que acabaría saliendo, aunque con otros autores y bajo el título Before Watchmen. En lo que sí acerté plenamente es en que yo me acabaría comprando los tebeos. Los muñecos no, todo hay que decirlo.

En todo caso, la revisión de la película basada en Watchmen me ha dado para reflexionar sobre el desarrollo reciente del género de cine de superhéroes (cómo han cambiado las cosas desde 2009 hasta el momento actual post-Vengadores) y, de rebote, sobre los propios superhéroes como género transmedia. Pero esa reflexión me la guardo para un día que tenga ganas y tiempo más adelante, que si no me lío demasiado.

Como decía en la reseña del U, con ese texto no me iba a cargar Watchmen. Su culto sigue vivo y con buena salud en nuestros días, y dando frutos. Uno de los más recientes es Radiografías de una explosión. Doce aproximaciones concéntricas a Watchmen (Modernito Books), un volumen de ensayos obra de diversos autores entre los que se encuentran Jorge Carrión, Gerardo Vilches, Manuel Barrero, Elisa McCausland, José Manuel Trabado, Javier Calvo y otros. Lo tengo en la mesilla de noche al lado de Batman desde la periferia. Un libro para fanáticos o neófitos (Alpha Decay), otro volumen colectivo de ensayos, en este caso en torno a Batman. ¡Las cosas han cambiado mucho desde los tiempos del U! (Sí, me repito).

Para terminar, otro texto sobre Watchmen de Mandorla que podría ser de su interés: LITERATURA SUPERHEROICA 1: SUPERFOLKS.