miércoles, 28 de marzo de 2012

CARAMBA GOLPEA DOS VECES


Colaboro en el número 2 del fanzine ¡Caramba! junto a mi buen amigo Javier Olivares. Si todo el proyecto editorial Caramba ya es la repanocha de original, el número 2 del fanzine es algo verdaderamente muy especial. Os recomiendo que os paséis por la web de la editorial y le echéis un vistazo al vídeo para entender a qué me refiero. Y si os entran los mismos deseos irresistibles de tenerlo ya en las manos que siento yo ahora mismo, os recomiendo que no os lo penséis mucho. El nº 1 del fanzine está agotado, y de éste sólo han hecho 500. ¡Caramba! 2 vuela... ¡o rueda!

lunes, 26 de marzo de 2012

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 36: ACERTIJO


(PARTE DEL CAPÍTULO MONDO BATMAN)

ACERTIJO

Obsesionado con las adivinanzas y los juegos intelectuales, el Acertijo ha prosperado como gran adversario de Batman sin tener a su favor muchos más argumentos que un traje vistoso estampado de interrogantes sobre un color, el verde, poco usado por los criminales psicópatas de Gotham City.

La creación del Acertijo (Detective 140, 1948) probablemente se produjo con la intención de dar un respiro a los sobrecargadísimos Joker y Pingüino, pero el personaje no resultó un éxito instantáneo, lo cual no es de extrañar porque carecía de una personalidad propia bien definida, siendo otro derivado más de los moldes originales de villanos con los que ya contaba el Dúo Dinámico. De hecho, el ascenso de Edward Nigma no se produjo hasta la llegada de la serie de televisión, donde interpretado memorablemente por Frank Gorshin (y bochornosamente por un John Astin fuera de forma) alcanzó una categoría insospechada. A partir de ese momento, aunque impregnado siempre de cierto vestigio camp (inevitable, dado su disfraz), el Acertijo consiguió convertirse en, si no uno de los principales enemigos de Batman, sí al menos uno de los clásicos y más recalcitrantes, que obliga en cada una de sus fechorías a que los guionistas se estrujen los sesos para inventar un puñado de adivinanzas, por lo general muy malas, las cuales han de servir para que el Señor de la Noche realice alguna exhibición intelectual. Su intervención en Batman Forever, perpetrada por el descontrolado Jim Carrey, estuvo a punto de convertirle en la primera drag queen que se da de tortas con Batman. Menguando y agigantando su categoría según el guionista que le trate, si hemos de escoger un Acertijo entre todos los existentes, tendría que ser alguno de estos dos: el de la serie de dibujos animados, que cuenta con un historia coherente que justifica sus actos y que tiene una personalidad congruente con su manía, o el de la serie de TV que hacía Gorshin con vitalidad, desparpajo y una aparentemente enorme felicidad por ser malo, pero no demasiado.

lunes, 19 de marzo de 2012

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 35: MONDO BATMAN

MONDO BATMAN

A pesar de su fama de vengador solitario, pocos superhéroes están tan profundamente insertos dentro de un mundo lleno de lugares, objetos y personajes tan variopintos y curiosos como lo está Batman. De hecho, ellos identifican al Detective Enmascarado tan inconfundible y singularmente como pueda hacerlo su capucha puntiaguda o el emblema del murciélago. Esta es una guía rápida para saber con quién o con qué puede encontrarse uno en Gotham City. Faltan muchos: KGBestia, Cluemaster, Caballero Fantasma, Dr. Phosphorus, Julia Pennyworth, la tía Harriet, Cabeza de Huevo, Tweedledee y Tweedledum, el Trío Terrible... Pero, como dijo el filósofo, con estos va que chuta.

viernes, 16 de marzo de 2012

EL GESTO Y EL RIGOR (KRAMERS ERGOT 8)

Si dijera que el espacio que ocupa Colibrí en el cómic español lo ocupa Kramers Ergot en el norteamericano, podría parecer que me estoy pasando tres pueblos. Al fin y al cabo, Kramers Ergot es una publicación ya con más de diez años de historia que ha reunido a lo largo de su trayectoria a algunos de los más grandes nombres consagrados del cómic contemporáneo (gente como Matt Groening, Chris Ware, Daniel Clowes o Jaime Hernandez) y que hoy en día se presenta en formato de libro lujoso. Sí, hay diferencias notables, claro. Pero por otra parte, Kramers Ergot tiene como primer objetivo cubrir el hueco del cómic de vanguardia en Estados Unidos -misión en la que parece que nadie se plantea hacerle la competencia ahora mismo- y por otro lado Kramers Ergot también tiene sus orígenes en el fancinismo más tradicional, como Colibrí.

Kramers Ergot es una antología dirigida por el inestimable Sammy Harkham que dio sus primeros pasos como minicómic en 2000. Posteriormente, ha ido variando de formato y ha transitado por diversos sellos editoriales. Su número 7, publicado en 2008 por Buenaventura, fue un hito editorial. En tapa dura y tamaño gigante -para entendernos, el mismo formato que las gloriosas reediciones de clásicos de prensa norteamericanos que hace Peter Maresca-, ofrecía contribuciones de la plana mayor del cómic de autor americano actual. Imaginad a los nombres que he mencionado antes, junto a gente como Tom Gauld, John Daly, Ben Katchor, Ron Regé Jr., Adrian Tomine, Kim Deitch, David Heatley... en fin, un verdadero who's who. Kramers Ergot 7 fue un esfuerzo ciclópeo y, en cierta medida, casi tenía las trazas de testamento de una época.

Alvin Buenaventura era un editor exquisito, a quien se debe también la más extraordinaria revista de teoría y crítica del cómic de los diez últimos años, Comic Art (donde se publicaron textos tan memorables como el análisis de David Boring a cargo de Ken Parille), y supongo que por su buen gusto recibió el castigo de quebrar en 2010. La continuidad de Kramers Ergot necesitaba, pues, de un nuevo editor capaz de emprender tan arriesgada tarea, y de una nueva dirección que le diese un sentido después del monumento que fue el colosal número 7.

El editor del número 8, que ha aparecido a principios de 2012, ha sido el sospechoso más predecible: PictureBox, una microeditorial fundada en 2004 por Dan Nadel especializada en materiales excéntricos (no solo cómics), pero sobre todo en cómic artísticos y de vanguardia. Nadel es un explorador de aguas desconocidas que nos ha traído a Yuichi Yokoyama, ha recuperado a Gary Panter y ha puesto en el mapa a CF y sus Power Mastrs, entre otros logros admirables que le han hecho ya ganarse el reino de los cielos enviñetados. Nadel ya tenía experiencia con antologías. Por un lado, había publicado la radical Ganzfeld (todavía más extrema que Kramers Ergot), y por otro, había sido el editor de dos libros recopilatorios publicados por Abrams que forman parte de lo más selecto del tesoro que la fiebre arqueológica que invade al mercado editorial norteamericano nos ha dado en los últimos años: Art Out of Time: Unknown Comics Visionaries, 1900-1969 (2006) y Art In Time: Unknown Comic Book Adventures, 1940-1980 (2010). Por tanto, que PictureBox acogiera a Kramers Ergot garantizaba que la publicación sería tratada con el máximo cariño, y al mismo tiempo hacía intuir que podría acentuar sus rasgos más extremos y añadir algún gesto historicista. Y así ha sido.

Kramers Ergot 8 es, más que nunca, un libro de historietas, pero con el acento en libro. Frente a la desmesurada superficie de trabajo que ofrecía el número 7, y que remitía a las páginas dominicales clásicas, esta última entrega se mimetiza por formato con cualquier antología literaria. La portada, exquisitamente forrada en tela, no lanza ningún mensaje que relacione el contenido con la estética del cómic. Al contrario, es una prolongación del trabajo del videoartista Robert Beatty, que ocupa las páginas que abren y cierran el volumen, y transmite una onda de diseño de psicodelia setentera que sitúa el objeto -porque se trata claramente de un libro-objeto- en un espacio mental de retrovanguardia para iniciados. Es decir, algo que te excita en parte -y quizás en primer lugar- porque te hace sentir que accedes a un conocimiento cultural esotérico que no sólo está extraviado para el público general, sino que, como las bolsas mágicas, es más grande por dentro que por fuera.

Beatty y el nativo de Chicago Takeshi Murata cubren la cuota de material puramente artístico en este Kramers Ergot, aunque creo que no se establece entre ellos y las historietas la complicidad que tal vez Nadel y Harkham presuponían. La insistencia de Ian F. Svenenonius por dotar de un discurso programático al conjunto en la introducción de texto Notes on Camp, Part 2 fracasa igualmente por su planteamiento irónico de segunda categoría. Da la impresión de que, incapaces de levantar un aparato teórico convincente que justifique la ensalada, los rectores de la publicación optan por escaquearse por la vía del sarcasmo, pero en realidad éste sólo sirve para poner de manifiesto su falta de argumentos. Como si les hicieran falta. Quiero decir que la debilidad del planteamiento empieza en el momento en que se lo exigen. Mucho mejor hubiera sido que dejaran a las historietas (magníficas en su mayoría) hablar por sí solas.



El problema del cómic artístico empieza cuando la actitud artística es la que domina el empeño, y entonces nos encontramos con un trabajo excesivamente intelectualizado y desnaturalizado. Es lo que pasa en este Kramers Ergot con «Childhood Predators», de mis queridos Frank Santoro y Dash Shaw, que intenta moverse en los límites de la moral y de la representación con una historia sobre pederastia, internet y vigilancia, y que cae con todo el equipo en una empanada semiótica que parece un aborto de Howard Chaykin. En las más de 200 páginas de Kramers Ergot 8, nadie va a encontrar todo a su gusto, como es evidente. No comparto la querencia de Nadel por las historietas brut y creo que yerran completamente el tiro con el rescate que hacen de Oh, Wicked Wanda!


La arqueología de las viñetas es una de las constantes del cómic de vanguardia -ya en el underground y  hasta la novela gráfica- desde por lo menos los tiempos de Arcade y su sucesora, Raw, y en la actualidad es un fenómeno que se ha acentuado y se ha desparramado en numerosas colecciones de libros que reeditan viejos clásicos prologados y rediseñados por figuras del cómic de autor contemporáneo. Dentro de este marco, Kramers Ergot hace con su número 8 un movimiento que parece -de nuevo- responder a una estrategia políticamente muy meditada: reivindicar un clásico rijoso y de mala reputación, acoger a un cómic olvidado que se sitúa también en un territorio dudoso. El elegido es Oh, Wicked Wanda!, de Ron Embleton y Frederic Mullalley, una serie de erotismo suntuoso que aparecía en Penthouse durante los 70. Wanda -que poblaba los puestos de la Cuesta de Moyano de mi adolescencia- encarna a la perfección el ideal planteado por el editorial del volumen, esa reivindicación soberbia y un poco de friki marisabidillo de los arrabales del pop (que, por otra parte, no deja de ser ya un tópico hoy en día). El problema viene cuando uno se enfrenta directamente al material y lo intenta leer, y se encuentra con un aburridísimo y tópico pastiche de la Little Annie Fanny de Harvey Kurtzman y Will Elder (entre otros) que aparecía en Playboy. Cuando los chicos listos se buscan una coartada para su pelea de golfas en el barro, es cuando te das cuenta de que lo que les importa es más el gesto que las patatas. Y ahí hay un problema.


Afortunadamente, hay suficiente material de calidad en este Kramers Ergot como para reinvidicar un cómic norteamericano de vanguardia vital y emocionante, sin necesidad de excusas. No fallan Gabrielle Bell, cada día más certera en sus relatos de la fantasía cotidiana, ni Chris Cilla, con su underground más convencional. CF, como siempre, está excelso, y más expresamente erótico que nunca. Sus páginas palpitan con una tensión húmeda que está completamente ausente en las acartonadas viñetas de Wicked Wanda. Johnny Ryan amplía con «X7170» su magnífico Prison Pit. Una de las grandes sorpresas me la llevo con Kevin Huizenga, un autor que no suele entusiasmarme, pero que aquí se descuelga con una maniobra brillante. En «Half Men» reinterpreta -con escrupulosa fidelidad al guión, al menos en apariencia- una vieja historieta de suspense de Bill Molno y Sal Trapani, y misteriosamente consigue que funcione como fantasía de autor contemporáneo. Lo que hace Huizenga aquí es demostrar que existe un diálogo abierto entre el cómic comercial clásico y la novela gráfica actual. De lo que podemos sacar también la segunda lectura de que ese diálogo, sin embargo, prácticamente no existe entre el cómic de autor y el cómic comercial contemporáneos.


El propio Sammy Harkham contribuye al volumen con «A Husband and a Wife», una historieta sin palabras en la que exhibe una vez más su capacidad para evocar lo inexpresable. Harkham es una pieza rara: se presenta con formas y modales discretos, muy convencionales, como si no quisiera llamar la atención, y nos invita amablemente a leer su pequeña historieta. Una vez que aceptamos su invitación, estamos atrapados en una tormenta emocional devastadora que nos cuesta procesar con ese distanciamiento y esa ironía de la que este Kramers Ergot pretende hacer gala. Hay un rigor y una severidad insobornables en las páginas de Harkham.

Quizás lo mejor de Kramers Ergot -de este Kramers Ergot, especialmente- sea que se muestra insuficiente para mostrar toda la variedad de la vanguardia americana actual (no hablemos ya de la internacional). Afortunadamente, eso es algo que no se puede meter en un libro. Entre otras cosas, porque es algo que está desperdigado por muchos sitios. Por publicaciones ya establecidas de grandes nombres que aparecen en Fantagraphics y Drawn & Quarterly, por multitud de webcomics, por historietas de prensa que se reparten por muchos diarios y semanarios gratuitos o de pago de todo el país. Y también por un buen número de fanzines de muy diverso pelaje que es, en definitivas cuentas, de lo que me gustaría hablar en las próximas entradas.

miércoles, 14 de marzo de 2012

EL PÁJARO DE LA INSPIRACIÓN



Ayer hablaba de una antología de cómic de vanguardia japonés. ¿Se puede hablar de algo parecido en español? Bueno, hablar de eso es casi hablar de la posibilidad de una isla. Y sin embargo, existe. De manera intermitente, desde hace décadas ha habido grupos que han planteado su disidencia artística frente al mercado, ya fuera en Zero o Madriz, ya fuese en Nosotros somos los muertos o La Cruda. Ahora está Colibrí, que acaba de publicar un número 4 que es el mejor hasta el momento. Y a todo color, además.

Colibrí es un fanzine por formas e intenciones, es decir, que se plantea casi como una declaración de principios en contra de la inercia lujosa del cómic actual -la que convertía a la mencionada La Cruda, por ejemplo, en un aparatoso catálogo de ilustración moderna-, como un manifiesto por el manojo de tebeos grapado como obra que lleva inscrita su honestidad en su proceso artesanal. Sus responsables son Toni Mascaró, editor de Apa Apa, y Sergi Puyol, autor que precisamente con esa editorial ha publicado uno de la docena de cómics españoles del último año que hay que tener: Cárcel de amor. Para cualquiera que conociera la línea editorial de Apa Apa, no será ninguna sorpresa el ámbito en el que se mueve Colibrí: cómic de autor joven internacional, lo que no quiere decir extranjero, porque los autores españoles son mayoría en este fanzine, pero desde luego también son internacionales, por vocación y por estética. De hecho, cada historieta está subtitulada en inglés, lo que demuestra a las claras que tienen en cuenta un público global.

El espectro estético de Colibrí no es demasiado amplio. Sobre todo, se concentra en lo que llamaríamos cómics de estudiantes de escuela de arte y diseño, con un intenso aroma a ejercicios de clase de ilustración. En gran medida, despliegan un sano desprecio por las convenciones del cómic comercial que se repiten una y otra vez a medida que nos acercamos al centro de la producción industrial de historieta. Eso no quiere decir que no carguen a su vez con sus propias convenciones, porque cada circuito genera sus propios tópicos, pero aquí hay un puñado de historietas de mucho calibre. Está Synchronized, del noruego Martin Ernsten, una escena de la vida de dos dragones guardianes de una cueva mística, uno de los cuales lamenta haber abandonado su vocación juvenil como miembro de un equipo de natación sincronizada. Está el humor rotundo y perplejo del Paraguas de Alexis Nolla. Está la historieta por entregas de Felipe Almendros, que de momento me interesa mucho más que el decepcionante R.I.P. que sacó con Mondadori. Hay mucho material de nivel en este Colibrí, aunque personalmente las dos historietas que más me han gustado han sido Saxofilia, de Chema Peral, que es una especie de emocionada carta de amor a un saxofón, contada a través de ilustraciones de geométrica precisión cromática (véase muestra en la ilustración de cabecera) y Cuento de Romancito y Giraldo, del propio Sergi Puyol.


La historieta de Puyol me interesa por el trabajo que se toma buscar soluciones narrativas y gráficas propias, desde luego. Pero me interesa por algo más, me interesa también porque es una alegoría de todo un proyecto generacional, y lo es casi sin expresarlo, con una sencillez retórica que es la baza que mejor sabe jugar Puyol, y que no es algo fácil de hacer. Moverse en ese terreno donde lo explícito se roza con lo sugerido, donde lo obvio choca con lo enigmático, donde empiezas a sospechar que no es que ese tío sea muy simple, sino que te está hablando muy despacito para que lo entiendas. En todo caso, si algo pesa sobre muchos de los jóvenes historietistas indies es la constante evocación de la infancia, la fetichización de los momentos de ternura o soledad de la niñez, como refugio contra un mundo adulto cuyas responsabilidades aburren, o se temen, y en todo caso no se quieren aceptar. Esto, normalmente, provoca dos efectos contradictorios: identificación como una contraseña que permite el acceso a una complicidad entre pares; o irritación ante un peterpanismo irresponsable asumido como coartada social para el escaqueo más vil. Y de esto va precisamente Cuento de Romancito y Giraldo, la historia de un hombre que vuelve muchos años después a buscar su muñeco favorito, que perdió en una excursión en el campo, y que cava y cava en busca de él. Y ahí es donde la historieta funciona como alegoría (obvia, y a la vez profunda), y donde Puyol descubre que en su misión de cavar y cavar en las viñetas en busca de la infancia perdida, al final hay que olvidar por qué se cava. Al final, lo único importante es seguir cavando y surcar el humus de nuestra vida con tiras y tiras de dibujos, cada vez más hondos. Y al final, en otro giro obvio y borgiano, cuando ya no se sabe por qué se está cavando, es cuando se encuentra un instante de vida, un resto de emoción. Es obvio que muchos de estos autores todavía son demasiado jóvenes como para haber llegado a ese punto. Todavía no han olvidado por qué están cavando. Muchos lo dejarán antes de tiempo, cuando vean que no lo encuentran. Pero muy mala suerte tendríamos si alguno de estos no llega a perderse muy, muy lejos de la superficie.

martes, 13 de marzo de 2012

EL MANGA Y LA VANGUARDIA


La semana pasada cerramos con manga y esta semana seguimos con manga un poquito más. Pero basta ya de clásicos vetustos y vamos a lo que nos importa: el hoy y el ahora de la línea de vanguardia japonesa. Que también la hay, aunque aquí apenas nos lleguen con cuentagotas las alucinaciones de los Yokoyama, Maruo, Kago y demás heterodoxos. No es la primera antología de manga alternativo que se publica, pero sí creo que es la más extensa y reciente: AX volumen 1 (Top Shelf, 2010) ofrece 400 páginas de más de treinta dibujantes de cómic artístico.


La selección procede íntegramente de la revista AX, que es la heredera de Garo. Garo fue la revista de cómic de vanguardia adulto de referencia en los años 60 y 70, la que agrupó la escena underground y dio proyección a nombres como el de Yoshiharu Tsuge, el «Robert Crumb japonés» (Dios mío, qué burdo es usar estas comparaciones, pero es para entendernos). Garo nunca fue una revista de éxito comercial y siempre pasó apuros para sobrevivir económicamente. En 1996, con la muerte de su fundador Katsuichi Nagai, aunque la cabecera siguió a trancas y barrancas, gran parte del equipo la abandonó y fundó una nueva editorial, Seirin-Kogeisha, que desde 1998 publica AX, bajo la dirección de Noriko Tetsuka. Es decir, que AX viene a ser el Garo de nuestros días.

Todo lo anterior lo cuenta el británico Paul Gravett en la introducción del volumen, donde también dice: «Aquí descubrirás lo que pasa cuando este medio se libera de la estandarización estilística, de la producción semanal en cadena, de los ejércitos de ayudantes, de los compromisos comerciales, de las directivas editoriales y de los volubles gustos de las encuestas de popularidad».

Debo decir que Gravett da exactamente en el clavo, porque si una impresión transmite esta antología es la de liberación, la de un esfuerzo repetido y extremo por enfrentarse a todos los presupuestos del manga convencional al que estamos acostumbrados. Diría que la oposición es tan completa y fundamental, que no se puede llamar propiamente manga alternativo, ya que no parece que intente plantear ninguna alternativa. Casi le iría mejor el apelativo de contracultural, en el sentido de rebelión directa contra la cultura hegemónica del manga industrial. Supongo que es una reacción natural cuando una cultura tiene tanto peso como la del manga en Japón.

Puede que sea un error sacar demasiadas conclusiones de una simple antología, que por naturaleza tiende a ser una colección muy diversa y a veces contradictoria, y al acercarnos a todo un grupo de artistas en estas condiciones tendemos a reducir la importancia de los elementos disidentes para concentrarnos en lo que dota de homogeneidad al grupo. Pero tanto en otras antologías anteriores como en ésta, sí me he quedado con la sensación de que la mayoría de las historietas se mueven entre el humor primitivista (y, francamente, a menudo incomprensible) y el surrealismo perverso a lo Maruo. Eso sí, a uno y otro lado del campo, a menudo con abundantes dosis de escatología y amplio catálogo de aberraciones sexuales. Un ejemplo de esa historieta de humor brutal, que parecería practicado por una caterva de hijos degenerados de Fujio Ataktsuka, podría ser «Black Sushi Party Piece», de Takashi Nemoto (1958), que, entre otras cosas, nos advierte de los peligros de follar demasiado con una sola mujer, ya que a partir de cierto momento la polla se puede extender a la compañera sexual y reproducirse por todo su cuerpo como si fuera un cáncer:


Vale, sí, mola, no lo voy a negar, pero el valor de shock se va reduciendo a medida que se repiten los ejercicios en esta línea. Eso no quiere decir que no haya excelentes historietas dentro de alguno de esos dos parámetros que he definido. Sin ir más lejos, y por irnos al otro extremo, la que cierra el volumen y que he elegido para encabezar este post, «Six Paths of Wealth», de Kazuichi Hanawa (1947), que tiene ese refinamiento macabro que solemos asociar con el autor de La sonrisa del vampiro.

Entre una cosa y otra hay toda la diversidad de estéticas y planteamientos que se puede esperar cuando el único criterio para abordar la página es hacer lo que a uno le salga de dentro, pero, repito, la sensación es que una inmensa mayoría merodean por los callejones de la farsa y la provocación, y tal vez por eso, en contraste, acaben llamando la atención aquellas historias que se muestran humildemente al servicio de una narración más tradicional. Es el caso de «Enrique Kobayashi's Eldorado», de Toranusuke Shimada (1960), que con caricaturas muy sencillas realiza un documental sobre la mítica marca brasileña de motocicletas Eldorado, sus orígenes nazis y su relación con Japón, o de la que es la más sorprendente y en verdad chocante de todas las historietas incluidas en el libro: «The Tortoise & The Hare», de Mitsuhiko Yoshida (1946), que es una versión de la legendaria carrera entre la liebre y la tortuga, dibujada con trazo exquisito y suave.


Tiene huevos sue sea una fábula infantil contada de forma convencional la que más huella me deje después del desfile de atrocidades que ofrece AX, pero a veces, en medio del campo de batalla punk, el más subversivo puede ser el señor vestido con el traje gris.

Es cierto que AX es una antología experimental, y muchos entenderían que eso justifica los excesos, pero también es cierto que Garo empezó en 1964 con las grandes sagas históricas de samuráis de Sanpei Shirato. Incluso el viejo maestro del gekiga, Yoshihiro Tatsumi, parece un poco fuera de lugar en este AX con su (excelente) relato de soledad, desamor y alienación urbana en tono comedido. Es decir: a veces el grito primitivo sale de lo más hondo y nos estremece, sí, pero a veces parece algo aprendido y deja dudas.

La antología de cómic de vanguardia contemporáneo: ese delicado pastel. A ver si esta semana puedo escribir un par de cosas más al respecto.

lunes, 12 de marzo de 2012

LA NOCHE DEL MURCIÉLAGO 34: MAD LOVE


(PARTE DEL CAPÍTULO LAS MEJORES HISTORIAS DE BATMAN)

MAD LOVE

Paul Dini & Bruce Timm

The Batman Adventures Special (1994)

Los dibujos animados, trasladados al tebeo. ¿Qué puede aportar la imagen estática que no aporte la imagen en movimiento? Si el equipo creativo lo compone el tándem Paul Dini-Bruce Timm, mucho. El guión de “Mad Love”, como casi todos los de Dini, es ajustado a las exigencias. Dotado de la proporción exacta de carreras, diálogos interesantes y frenazos bruscos para aprovechar las cualidades del dibujante. Y si el dibujante es Bruce Timm, entonces podemos contar con que va a prender fuego a la casa. Superdotado tanto para el dibujo como para la composición y la narración, Timm enriquece su estilo basado en los cartoons televisivos con influencias historietísticas, que van desde Archie, Milton Caniff y Alex Toth hasta el mismísimo Jack Kirby. Estos dos portentosos creadores utilizaron “Mad Love” para narrar el origen de la deliciosa Harley Quinn, precisamente una creación suya para la televisión que no tiene lugar fuera de ese estilo caricaturesco y por tanto no ha llegado a la continuidad habitual de Batman. Aunque supuestamente The Batman Adventures es un producto infantil, está claro que Dini y Timm sabían de antemano que iban a encontrar su público en lectores adultos, y así se permiten pasearnos a Harley en un mínimo camisón transparente y dejarnos imágenes y diálogos que apuntan a situaciones que no tienen lugar en la serie de televisión, por sus matices violentos o sexuales. Mientras que en la pequeña pantalla Harley es poco menos que la mascota del Joker, su Robin, por así decirlo, en “Mad Love” está claro que se trata de una mujer ambiciosa que está enamorada del genio del crimen, y que su relación con él continúa en el cubil al regreso de la última fechoría. Quien no esté aún convencido, sólo tiene que mirar la página 36, donde Harley sueña con su futuro ideal con el Joker, un paraíso doméstico para psicópatas en el que los niños juegan con hachas y pistolas, Barbie está decapitada y el Batmóvil y el muñeco articulado de Robin se consumen en llamas, mientras la cabeza de Batman, colgada como un trofeo de caza, preside el salón.

Timm se prodiga poco en los tebeos, prefiriendo negocios que no le obliguen a pasar hambre, pero hace de cada una de sus apariciones un tesoro imprescindible. The Batman Adventures Holiday Special (1995) es otra maravilla realizada en colaboración con sus igualmente brillantes compañeros de animación: Dan Riba, Kevin Altieri, Burch Lukic y los geniales Ronnie del Carmen y Glen Murakami. The Batman Adventures Annual 1 (1994) también convoca a Dini y Timm, pero el resto del elenco lo forman profesionales del cómic que, aunque de categoría (Parobeck, Janson, Byrne, Matt Wagner, Rick Burchett) quedan ciertamente en evidencia. Sin embargo, The Batman Adventures Annual 2 (1995) es una auténtica pieza de colección, firmada por Dini en el guión y Murakami y Timm en el dibujo, que homenajea a Kirby expresamente, retomando su personaje Demon y recreándose en modelos de composición y acabado típicos de Kirby y de sus mejores entintadores y que nunca han sido imitados con tanto provecho. Timm también contribuyó al aparatoso proyecto Batman: Black & White (1996), con una impresionante historieta de Dos Caras que aparece en el número 1 y que deja en ridículo todos los demás contribuyentes, tanto a los clásicos intocables como a los (supuestamente) jóvenes irreverentes y las estrellas internacionales. Gracias a publicarse en un título dirigido expresamente a un público adulto, “Two of a Kind” le da libertad a Timm para plantear algunas escenas cargadas de sexo y de sangre como no había podido hacer antes, y sin perder su característica línea caricaturesca, más depurada que nunca. El guión, firmado por el mismo Timm, es modélico en forma, contenido e intenciones, confirmando que sólo hemos atisbado una mínima parte del talento de este autor. Planteado formalmente, en estructura y género, como un homenaje a las historietas de crimen de los años 50 publicadas por EC, sólo contiene un dibujo de Batman: en la última viñeta, de espaldas, casi como una sombra. Sólo a veces el cómic nos recuerda que sobre la página en blanco todavía se pueden dibujar emociones.

viernes, 9 de marzo de 2012

ANTES DE TEZUKA: EL TANQUE DE SAKAMOTO


A veces se nos llena la boca hablando de Tezuka y parece que el cómic japonés acaba y empieza en él. Pero claro, ¿cuántas oportunidades tenemos de acceder directamente a cómics previos a Tezuka? ¿Cuántas veces se traduce manga anterior a la 2ª Guerra Mundial? Y sin embargo, existió, y tuvo un auge importante durante los años 20 y 30. Tezuka no sale de la nada, y tampoco sale exclusivamente de ver cine americano y películas de Disney. Tezuka también sale de ese manga de preguerra que él leía de niño.

Dos de los títulos más importantes de ese período fueron Norakuro (1931), de Suiho Tagawa, y Tank Tankuro (1934-36), de Gajo Sakamoto. Por algún milagro divino, una editorial japonesa ha publicado en inglés un espléndido volumen de 240 páginas recopilando historias de este último: Tank Tankuro: Prewar Works 1934-1935 (Presspop, 2011). El libro en sí es un objeto delicioso: de tapa dura, con estuche, y diseñado por Chris Ware a su estilo modernista habitual. La calidad de reproducción de las páginas es irreprochable, y se incluye una plétora de textos informativos y documentales que va mucho más allá de la típica introducción. Hay testimonios del propio autor y de su hijo, y hasta una breve pero jugosa historia del manga antes de Tezuka a cargo del especialista Shunsuke Nakazawa.

El aparato biográfico que se incluye en el volumen no sólo es necesario para redondear una obra de referencia, sino que resulta entretenidísimo como lectura. Sakamoto (1895-1973) fue un personaje excepcional, que llegó al manga después de haber estudiado pintura durante cinco años (curiosamente, Tagawa también fue un artista, muy ligado al grupo izquierdista de vanguardia Mavo). Primero publicó sus historietas en prensa, y luego pasó a la revista infantil de Kodansha Yonen Club, donde apareció Tank Tankuro, que sería recopilado en libro en 1935. Posteriormente marchó con toda su familia a Manchuria, trabajando para el gobierno, y se supone que allí siguió publicando historias de Tankuro que hoy se han perdido. Cuando los soviéticos invadieron Manchuria, Sakamoto y su familia lo perdieron todo y tuvieron que huir con lo puesto hasta Corea, y desde allí, al cabo de un año de penalidades, consiguieron volver a Japón, donde descubrieron que su casa había sido arrasada por los bombardeos. A través de sus contactos editoriales consiguió rehacer su vida hasta que en 1956 abandonó su carrera como dibujante de manga para dedicarse completamente a estudiar el budismo zen y a pintar cuadros.

Esa inquietud artística se traslada a su Tank Tankuro, y probablemente sea lo que justifica el interés de Ware por este tebeo infantil (Ware también ha expresado su admiración por Norakuro y Tagawa). El uso de las texturas y las combinaciones de colores y formas tienen una gracia que trasciende el mero contenido utilitario de la obra y la convierte en una golosina visual para cualquier persona interesada por el diseño en el cómic. Una de los grandes debates sobre esta serie es qué es exactamente el extravagante personaje protagonista, Tankuro. ¿Es una persona dentro de un tanque? ¿En un tanque humanoide? ¿Es un cyborg? ¿Un superhéroe? Para mí, resulta claro lo que es: es un dibujo, y tiene la capacidad de transformarse en todo aquello que un dibujo puede ser y de poseer todos los atributos que posee un dibujo. Cualquier niño lo sabe.

Tank Tankuro está dirigido a niños muy pequeños, y a niños de los años 30, además. Eso interpone entre nosotros y la obra una distancia aún mayor que la que ya solemos encontrar al acercarnos a cualquier tebeo oriental. Pero esa distancia a veces puede obrar en nuestro favor, para dotar de un interés añadido y misterioso a la lectura. La mayoría del libro está dedicado a narrar una guerra entre Tankuro y Kuro-Kabuto, que es este señor de aquí abajo:

Y la guerra, contada con toda la seriedad y la gravedad con la que hacen sus guerras los niños en el patio del colegio, parece el eco lejano del conflicto de un planeta extraterrestre. Un planeta que abandonamos hace mucho para venir a vivir las guerras de los adultos. Curioso, ¿verdad? Al final recordamos a este artista del zen que tanto sufrió durante la guerra por un libro que despierta la nostalgia del primer conflicto. El más justo y absurdo.